En 1862, el pintor y dibujante Gustave Doré (1832-1883) convence al barón Jean Charles Davillier (1823-1883) para emprender juntos un largo viaje por España, [en cuyo periplo recalaron en El Puerto]. Davillier, que había visitado la Península Ibérica en varias ocasiones, era a la sazón un competente hispanista, interesado principalmente en la cerámica, materia en la que llegó a convertirse en el mayor experto europeo de la época. Doré, animado por Davillier, acariciaba ya la idea de realizar una edición ilustrada del Quijote en Francia (actualmente, quizá la más conocida de cuantas circulan por el mundo) y, durante el extenso periplo por España, tomó centenares de excelentes bocetos. Davillier y Doré recorrieron en su travesía casi todo el país. Sus impresiones quedaron recogidas en un libro que apareció con el título L`Espagna en 1874 y los grabados se publicaron entre 1862 y 1873. (Gustavo Doré & Charles Davillier, Viaje por España (1874), vol. 1, Madrid, Ediciones Grech, 1988).
EN EL PUERTO.
«Salimos de Cádiz una fresca mañana en una de esas barquitas de mástil corto y larga vela latina que los andaluces llaman falúas y que estaba adornada por delante con dos grandes ojos pintados de rojo como un speronare siciliano. Un fresco viento hinchó pronto nuestra blanca vela, y la falúa surcó rápidamente las aguas azules y transparentes de la bahía de Cádiz. El Puerto, donde debíamos desembarcar, solo está a dos o tres leguas de Cádiz. Ya divisábamos sus casas, que se dibujaban como una línea blanca entre el azul del cielo y el del mar, y más lejos, en la costa, Rota, célebre por sus vinos. Pronto dejamos a la izquierda la Puntilla y la batería de Santa Catalina, y unos instantes después abordaba nuestra falúa en el muelle, lleno de barcos cargados con toneles de todos los tamaños.
El Puerto, que también llaman Puerto de Santa María, está situado en la desembocadura del Guadalete, que va a verter sus aguas en la bahía de Cádiz. Es el almacén y el puerto de embarque de los vinos de Jerez. La ciudad, que es blanca, alegre y limpia, es como un Cádiz diminuto. Visitamos sus bodegas, grandes cuevas anticipo de las de Jerez, y su plaza de toros, una de las mejores de toda España y mucho más frecuentada por los aficionados que la de Cádiz.
Los toros del Puerto es el título de una canción andaluza, popular en toda España y que pinta maravillosamente el entusiasmo de los habitantes de Cádiz por la fiesta nacional:
¿Quién se embarca para el Puerto?
Tal es el estribillo de la canción.
¡Que se larga mi falúa!,
grita el marinero; después, dirigiéndose a una joven andaluza que va a entrar en la barca:
Señorita,
levantusté esa patita
y sartusté a este barquito!
No se le ponga a usté tuerto
el molde de ese moniyo!»
Como escribía Antonina Rodrigo en El País, en un artículo publicado en1983: «los dos viajeros franceses iban, a recoger la última versión de la España romántica. El pintoresquismo que habían descubierto y explotado sus antecesores: Chateaubriand, Washington Irving, Prosper Merimé, Richard Ford, Henry D. Inglis, Mathew Gregory Lewis, David Robert, Teophile Gautier..., cambiaba de signo. El ferrocarril empezaba a. extender sus dominios, y poco a poco derrocaba a la diligencia, a la tartana, a la galera ... Los caminos ofrecían más seguridad y, para los amantes de lo imprevisto, era incierto el encuentro Con la folklórica partía de bandoleros. El traje típico se relegaba al pueblo llano, y pronto los obreros cambiarían de estilo con la proletaria blusa y la alpargata. Pero lo que, en plástica, iba a dar el cerrojazo al romanticismo era la imagen como documento». /Texto: C.d.C.