A lo largo de toda una vida, siempre recordaremos a esas personas, que dejaron huellas profundas en nosotros, especialmente por su bondad y buen corazón.
Milagros Galvez Alonso, ‘Tato’, Mari Carmen, una jerezana novia de su hijo Antonio Fernández Gálvez, que también aparece en la imagen. /Foto: Colección Familia Neva.
Milagros Galvez Alonso, ‘Tato’, tuvo cuanto hermanos, Manolo, Antonio, Lola y Miguel Ángel --desaparecido en la Guerra Civil--. Con su marido enfermo, Milagros sacó adelante a su hijo Antonio Fernández Gálvez, trabajador muchos años en Bodegas Osborne y ayudante de Neva, operador de cine y gran amigo de la familia, que trabajaba con la familia Nuchera en los cines de verano Cinema España y Florida y en invierno en el Central Cinema.
La frutería de Vela, donde estaba la casa de la autora de la nótula.
MI ABUELA.
Al no conocer a mis abuelas, se podría decir que ‘Tato’, fue de alguna manera nuestra abuela. Tengo entendido, que mi madre la conoció en la Sericícola, finca de Don Félix Sancho de Sopranis Peñasco. Supongo que ‘Tato’ iría como practicante, a atender a la familia Sancho o a sus empleados entre los que se encontraba mi madre; quien empezó a trabajar con esta relevante familia desde los doce o trece años. Me consta, que hubo sincero aprecio por ambas partes. ‘Tato’, enseguida congenió con mi madre. Ambas dos tenían un carácter muy similar, pues eran mujeres muy serias y reservadas, poco amigas de chismes, alharacas y cuchufletas. Parece que la estoy viendo, con su tez blanca, pero con color en las mejillas, y su largo pelo recogido en un rodete, al que daba mil vueltas, hasta quedar impecable. No, no era yo la niña de sus ojos, si no una de mis hermanas, que por aquel entonces tenía un problema en la vista y esto la hacía más vulnerable, por lo que se desvivía por ella, haciéndoles las curas, y lavando ella misma esos pañitos blancos e inmaculados para que estuvieran totalmente asépticos. Hasta esa tarea quiso ahorrarle a mi madre, pues sabía las muchas horas que su trabajo le robaba y lo mucho que le preocupaba todo cuanto concernía a sus hijos. Y es que era muy buena y cariñosa con todos nosotros, y con todos los que veía necesitados de ayuda. A su niña, le hacía, unos tirabuzones perfectos con agua y limón, y como tenía el pelo moldeable y agradecido, estaba muy linda con ellos. A mí, no me lo podía hacer, pues el mío, era demasiado rebelde, y por más que se esmerara, en mantenerse delante de ella un poquito arregladito, cuando se daba la vuelta… zas! Volvía a caerse y ahí se acababa el intento.
Un equipo de jeringuillas de la época.
LA PRACTICANTE.
‘Tato’, era una mujer de carácter, pero a la vez muy tierna y sensible. En ella no había dobleces, a quien le entregaba su cariño, tenía en ella una amiga, fiel y leal para toda la vida. Además era una mujer, de conocimientos y muy educada. Lo malo de ‘Tato’, era que teníamos al practicante en casa, y no sé si por moda, prescripción médica o qué, cuando la veía sacar aquella cajita de metal ovalada, y preparar el pañito blanco, me echaba a temblar. Extendía el paño con mucha parsimonia, habría la cajita y colocaba ceremoniosamente sobre él: las tijeras, las agujas enormes, la jeringa, el alcohol, el algodón y las cerillas. Nuevamente, con mucha delicadeza, introducía dentro de la cajita, las agujas, y el resto del instrumental, y lo hacía arder. Cuándo el alcohol se evaporaba, ya estaba el instrumental bien esterilizado, y lo que era peor, listo para utilizarlo. --Anda hija ven, --¿Quien yo? No me lo podía creer, unas veces, aceite de hígado de bacalao- Pal Crudo --o algo parecido-- ha pasado tato tiempo, que no estoy segura que se escriba así, pero así era como lo llamábamos en casa; otras que si penicilina, total, que tenía que hacerme la fuerte, para que la camarilla mirona, no pensara que era una miedosa. Claro, que para mi sorpresa no era solo yo, pues… --Anda hija, ahora, te toca a ti, se refería a otra de mis hermanas, esta solo articulaba a preguntarme --¿Te ha dolido? Cuando terminaba, nuevamente, introducía el instrumental, y volvía a esterilizarlo en alcohol llameante, hasta que se evaporara, secaba muy bien la cajita, guardaba todo, con la misma parsimonia y a su maletín.
Estaba tan enfadada, que por más que me decía, que me acercara que tenía un regalito para mí, y que la perdonara que era por mi bien, yo no la quería oír, pero me decía: ven que te quite el algodón, y como era obediente, me daba un abrazo, y ahí se acababa el enfado. Cuando ya me iba a jugar, me pedía que extendiera las manos, y me las llenaba, de almendras fritas por ella: ¡buenísimas! y altramuces. Como sabía, que tenía que pincharnos, pobrecilla, se había llevado un buen rato partiendo, pelando y friendo las almendras, para compensar de alguna manera ese ratito malo, que sin dudas debíamos pasar, y endulzando durante varios días los altramuces. /Publciidad del chicle Bazoka Joe. Año 1964.
A pesar de que hayan transcurrido tantos años, estos pequeños detalles, son los que se recuerdan toda la vida con verdadero cariño y añoranza. Porque, como olvidar, como nos acunaba en su regazo, mientras nos mecía en la mecedora a la par que cantiñeaba alguna nana, o lo primero que se le viniera a la cabeza.
O como nos acompañaba a lavarnos las manos, antes y después del almuerzo o cena, porque decía que las manos siempre debían estar muy limpias, porque sin darnos cuentas, podíamos tocarnos los ojos, o la boca y se nos pondrían malos. De la misma manera no le gustaba, que nos anduvieran besuqueando. Nos decía…. a los niños, no se los debe dar tantos besos, solo los de casa y poco más. Cada noche al acostarnos, nos cepillaba el pelo con mucho mimo, nos daba nuestro besito de buenas noches y marchaba feliz para su casa que ya debía estar esperándola su único hijo: Antonio Fernández Gálvez, un sol de hombre, al que Dios lo había revestido de infinita bondad y buen corazón. /Publicidad de muñecas Famosa. Año 1966.
Como ya he dicho, Tato, asumía tanto su papel de abuela preocupada, que si consideraba que uno de nosotros, no había desayunado en condiciones, no se lo pensaba y allá, que se presentaba en los colegios de la Divina Pastora, o en San Ignacio, con buen tazón de leche para que no desfalleciéramos en clase.
De nada servía que le dijéramos que no teníamos hambre, si no lo hacíamos en casa, estaba claro que lo haríamos en el colegio. Así aprendíamos la lección, y a partir de ese día, todos apurábamos el desayuno, porque de nada valía decirle…. es que no tengo ganas. Lo dicho, una mujer con carácter y un cariño enorme por sus niños. /Publicidad de La Casera. Año 1968.
Muchas fueron las veces, en las que la acompañe, a visitar a algunos de sus muchos clientes como practicante-ATS- y siempre fue bien recibida, a pesar de que su profesión, a los ojos de una niña, no era demasiado agradable. La vida me privó desgraciadamente del calor y de la ternura de mis dos abuelas, pero supiste ganarte nuestro cariño, con el inmenso amor que nos entregaste. Hasta siempre querida y añorada abuela Tato. /Texto: María Jesús Vela Durán.