Hoy se presenta a los medios de comunicación y a los potenciales visitantes la I Ruta de la Tapa Erótica en El Puerto, actividad gastronómica que, además de tapas y menús, también tiene en su oferta pasteles, combinados y cócteles, y que no solo en El Puerto está dando que hablar. Algo que pretenden sus organizadores. Esta nótula de nuestro colaborador Enrique López, navega entre el erotismo y la infidelidad en El Puerto.
Dicen los expertos que la infidelidad ha existido siempre. Claro, de un tiempo acá, con las nuevas tecnologías, todo es más fácil, pues cualquiera puede quedar y tener una relación amorosa fuera de la pareja, sea hombre o mujer, rico o pobre.
Pero, ¿cómo era antes? Pensemos en El Puerto de hace 40 - 50 años ¿Quién sospecharía que una mujer entregada a su hogar, sus hijos y su marido pudiera tener una aventura con otro? ¿Quién dudaría de su confianza? Pues bien, a pesar de que la infidelidad antes se ocultaba y pasaba más desapercibida, recuerdo alguna situación de descuido de aquellos años y de los lugares para liarse.
El Teatro Principal era uno de esos lugares. Yo tenía 10 años y como otros chiquillos para ver las películas gratis ayudaba a vender chucherías. Mi destino el patio de butaca, platea y palco. En la bandeja llevaba caramelos y chocolatinas. Pude ver en palco, en plena función de cine, más de una escena de enamoraos infieles. Aprovechaban la sesión de la tarde de un día laborable y el maromo a la hora de abrir las taquillas pedía dos entradas de palco. Primero entraba la dama y posteriormente, cuando comenzaba el Nodo, entraba el amante al palco, dando riendas sueltas a sus inquietudes amorosas. Estas infidelidades no trascendían por aquel entonces debido a la discreción y profesionalidad de porteros, acomodadores, taquilleras conserjes y personal del ambigú del recordado Teatro Principal. De esto hace aproximadamente 50 años, tan real como la vida misma. Menudo chasco me llevé con un vecino…
En marzo se cumplen 30 años de la desaparición del Teatro Principal pasto de las llamas.
Además, iniciados los años 80, en una ocasión, sacando sutilmente a relucir el tema, una allegada a los conserjes del Teatro Principal, que pasaba muchas horas con ellos y que conocía los entresijos del Teatro, me contaba que a mediados de los años 60, un célebre portuense se daba cita en uno de los palcos con una señora de postín de la ciudad, pero que él entraba y salía por la puerta de la placilla, utilizando el mismo acceso a la vivienda de los conserjes y por donde entraban los artistas para las representaciones teatrales y que las entradas las conseguía con antelación suficiente, recibiendo la dama, en su propio domicilio por las mañanas, en sobre cerrado la entrada de palco e instrucciones con excelente caligrafía, delegando esta misión el célebre portuense, en uno de los integrantes del personal a su cargo, indiscutiblemente de toda confianza y discreción.
Otro lugar y hecho, corría el año 1973, cuando escuché a uno que decía que se lo montaba en la Iglesia Mayor Prioral, aprovechando por la mañana cuando la amante iba a la Plaza de Abastos y se pasaba a visitar al “santo”. El don Juan contaba con pelos y señales todos los pasos que tenían que dar para el encuentro, incluido los datos de afiliación de la amante. Contaba que era ex vecina que llevaba casada varios años y que siendo solteros se había dado algún que otro revolcón. Aquello me pareció irrespetuoso por el lugar y con un valor a prueba de bombas, más que nada por la época. Han pasado más de 40 años y tengo dudas si ocurrió así o no. Si bien, imagino a veces la escena, acordándome del atrevimiento de los amantes de la Iglesia. /Texto: Enrique López.
No solo en la Casa de las Cadenas. Recuerdo que en la calle Meleros, en las azoteas, se veían muchas sábanas en movimiento por las noches. Hay quien decía que era porque había fantasmas. La realidad era que, el amante precipitado y desnudo, huía por las azoteas, al ser descubierto por el cornudo de turno, tapándose con una sábana robada de los tendederos. De ahí a los fantasmas...
En la calle Nevería, por aquellos años muy transitada, un peluquero que estaba al loro de los acontecimientos debido a que la barbería a la que me refiero era lugar ideal para conocer los entresijos de las infidelidades, se quedó con las señas dadas, así que cuando pasaba por la puerta algunas de las señoras, la mayoría de las veces emperifolladas pero de muy buen ver, el peluquero, cerciorado de su identidad, desatendía el trabajo hasta el extremo de dejar al cliente a medio arreglar, siguiéndola por las calles de El Puerto hasta lograr saber donde vivía. Después, cuando surgía cualquier comentario al respecto, se pegaba la vacilada, indicando el domicilio. Creo que no se comió una rosca en su vida, pero fue feliz descubriendo a más de un amante, gracias a las caminatas que se pegaba. De la misma manera, conociendo el elevado interés del peluquero por las infidelidades, la clientela comenzó con trolas y el cachondeito, aumentando en demasía el número de señoras infieles, lo que favoreció más de un patinazo del peluquero.
También se hablaba de los fantasmas que aparecían de noche en La Casa Vizarrón también llamada Casa de las Cadenas, situada en la Plaza del Polvorista, núm. 10. De pequeño, que pasaba algunas jornadas entre sus muros, momentos antes de oscurecer subía como una exhalación, resguardándome en el cuarto de los peligros de la noche. Años más tarde me enteré de la realidad de la historia de los fantasmas que, por cierto, también aparecían en otras casas de la ciudad, sobre todo por las azoteas. Porque la jodienda no tiene enmienda…
Y el listado de bares que se han apuntado?
También el Vapor de El Puerto fue testigo de aquellas infidelidades de hace años, en este caso, como medio de transporte de porteños y porteñas infieles y ansiosos de echar un buen rato y no ser pillados. Cada uno por su lado llegaban al muelle de San Ignacio donde partían rumbo a Cádiz a bordo del Adriano III a las 9 de la mañana. Una vez en la capital, siempre guardando una distancia prudente, se dirigían a una de las pensiones que nunca preguntaban nada. Finalizada la faena, de nuevo al Vapor y regreso a El Puerto, todo en jornada de mañana, usando de pretextos para sus respectivos cónyuges, entre otras invenciones, consultas a médicos especialistas, contando con los volantes de los médicos de cabeceras. Para los hermanos Fernández San Juan, Pepe y Juan y también en el caso de Manuel Suano Navarro, conocido popularmente como “El Chico”, a la sazón mandadero del vapor, estas movidas pasaban inadvertidas. A no ser que se dieran con cierta reiteración, pero a pesar de todo, siempre los amantes contaban con la máxima discreción de Pepe, Juan y “El Chico”.
La jodienda no tiene enmienda. Nunca la tuvo ni la tendrá. Bendita sea. Huyamos de la represión a la que sometieron a nuestra generación, frustrados sexuales, pajilleros impenitentes, y reprimidas AMDG.