Paco González, párroco de la parroquia de San José Obrero, cumplió en junio 50 años desde su ordenación. Nacido en Jerez y tras pasar un tiempo en Benaocaz y Ubrique, en 1970 se crea la parroquia de San José Obrero, para atender la zona norte. Por expreso deseo del cardenal de Sevilla, en septiembre aparecen Paco González y Manolo Rodríguez, al que se unió Antonio Troya y más tarde, Manolo Bellido, para intentar plasmar en El Puerto los nuevos aires que trajo a la Iglesia el Concilio Vaticano II.
Paco González es un hombre muy preparado intelectualmente, con mucha creatividad, con mucha confianza en las personas, gran trabajador, muy honrado y fiel a los principios del evangelio, amante de la naturaleza y de la amistad. Defensor de la formación, está próxima la publicación de un libro con su plan de catecumenado para personas adultas, confeccionado junto a Elisa Calderón, como elemento básico para la formación de una parroquia. /Texto: Antonio Díaz.
EL TABERNERO FIEL.
Sin casulla ni alba ni estola podría pasar por un dependiente de ultramarinos, o mejor, por un tabernero de esos de toda la vida que un día llega al barrio, alquila un pequeño local, monta un bar y enseguida se gana el respeto de la clientela. La bondad de un tabernero se refleja, claro que sí, en los productos que expende, pero también en el trato con la parroquia, y en ese sentido Paco es un currante que además de ofrecer un buen pan y un buen vino, permite, mientras baldea el serrín de su tienda y friega las copas vacías que se acumulan sobre el mostrador, la tertulia diaria y el cante los domingos. En realidad, este tabernero no ha hecho otra cosa en su vida que expender los productos más básicos a un buen precio, regalándolos casi. Y, sobre todo, atender pacientemente a sus vecinos y echarles un cable cuando vienen mal dadas.
Manolo Bellido y Paco González, segundo y tercero por la izquierda, en la primera misa de la parroquia de San Sebastián (Vallealto), segregada de San José Obrero.
Podría pasar por un tabernero de los de toda la vida, pero Paco González es sacerdote, un sacerdote de esos de los que desgraciadamente cada vez quedan menos en la viña del Señor. En su taberna, o en su parroquia, que viene a ser lo mismo, no ha parado de ayudar a los demás, recordándoles que tan importante como disfrutar de la cháchara y la cervecita después de dar de mano en el tajo, es hacerlo juntos. Que las tapas saben mejor compartidas. Que Dios es más creíble cuando le vemos ayudar en la cocina. Que el respeto de la clientela y de los fieles hay que ganárselo sirviendo, pues una iglesia que no sirve no sirve para nada.
Se han cumplido 50 años de su ordenación y, lejos de aburguesarse, no ha traicionado a aquel joven entusiasta que llegó hace más de cuarenta años de Ubrique. Con la camisa remangada y la libreta llena de nombres de vecinos que ya no están pero que le ayudaron a que en el bar hubiera siempre un buen ambiente, un ambiente en el que nadie es más ni menos que nadie, sigue baldeando el serrín y fregando las copas vacías que se acumulan sobre el mostrador. /Texto: Pepe Mendoza.