José López Ruiz, profesor de matemáticas en el Instituto Santo Domingo, catedrático en la Universidad de Cádiz, ha sido responsable de Investigaciones del Centro Andaluz Superior de Estudios Marinos. Es profesor tutor de la Universidad Nacional de Educación a Distancia en Cádiz desde su fundación, donde ha impartido además varios cursos de Doctorado y de Química Oceanográfica. Es autor de numerosos trabajos de investigación y también es fundador de los Seminarios Ibéricos de Química Marina. Reproducimos algunos fragmentos de su discurso de ingreso como académico en la de Bellas Artes ‘Santa Cecilia’ el 5 de octubre de 2012. /Foto: Marcos León.
"Recuerdos y vinculaciones con la Casa Caballero, tan cercana y participativa en mi juvenil ámbito familiar, con un recuerdo emocionado a mis progenitores, en el marco de una dependencia de lo que, figuradamente, fue “su” Bodega, a la que tantos afanes, claridades y afectos dedicó. Continúan los recuerdos por ejemplo a Carmen Navas –Carmela Navas-, hija de D. Plácido, a Teresa, entrañable cuidadora, retornándoles emocionadamente el mucho cariño que me dedicaron, al Instituto Laboral, cuna de amigos –Profesores y alumnos-, al Prof. Martínez Moreno, etc, etc.
Con sus padres, Francisco López Camacho y Luisa Ruiz Magaña, y sus hermanos --mas pequeños-- Francisco y Luis, en el Campo de Rioja, en 1933.
Quiero también recordar y atender efusivamente, a quienes guiaron mis primeros pasos en mis estudios y posibilitaron los posteriores. Por eso me voy a referir al muy portuense Colegio de las HH Carmelitas, de la Calle Nevería, en donde sigue y por muchos años, que a través de las HH Ana María Rey, Petra, Julia, etc., que con el cariño y admirable estilo monjil de aquellos lejanos años, me llevaron a superar el ingreso en el Instituto de Jerez. Ellas estarán viendo desde su Cielo, el cariño en el que las sostengo.
Luego mi recuerdo se hace afecto también grande, al tener presente a la querida Academia Poullet, que en las figuras de D. Luis y de Dª Anita hicieron posible mi otro salto académico, como fue ingresar en la Universidad de Sevilla, todavía en tiempos muy lejanos a la creación de la de Cádiz.
Profesores del Instituto Laboral. De izquierda a derecha y de arriba abajo: Policarpo Deusto Canal, a continuación, el madrileño Ventura Lozano Moreno, profesor de Mecánica, José López Ruíz, Catedrático de Matemáticas, el portuense Luis Macías Rubio, el valenciano Manuel Martínez Alfonso, Catedrático de Lengua y Literatura Española, el malagueño Enrique Bartolomé López-Somoza, Catedrático de Geografía e Historia; debajo, el primero es David Almorza Salas, José Jacinto Cossi Mora al segundo; el tercero es Pepe Morillo León, locutor de Radio Puerto, Emisora del Instituto Laboral, Antonio Verdugo Chaves, y de portero, José María Quignón Selvático, gaditano, profesor de Formación del Espíritu Nacional (FEN) y de Gimnasia.
Gracias, a los Profesores que participaron en las enseñanzas de dicha Academia, como fueron, entre otros, D. Luis Suarez Rodríguez, D. Eligio Pastor Nimo, a quien debo mi ilusión por la química, D. Hipólito Sancho, D. Guillermo Beltrán,D. Julio Balao, etc. A dicha Academia Poullet le debe El Puerto, especialmente, una impagable deuda de gratitud. En aquellos dificilísimos años de los 30 y los 40 -hay que haberlos pasado para saber de qué hablo-, la Academia Poullet fue el único Centro de enseñanza, aislado, en el que se impartían clases de Bachillerato, tan ignotas entonces. Gracias a ellas pudimos ingresar en la Universidad, en una sola tacada, el trío de compañeros y permanentes amigos luego, que formamos Agustín Merello Reynolds –que fue abogado en ejercicio-, José Luis Tejada Peluffo –al que cualquier referencia es obvia- , y yo. Hay que situar a la Historia en su momento para juzgar la importancia de lo que estoy recordando.
Me satisface cuando siento que soy del Puerto, que mi mujer indisoluble, participativa y palanca indispensable en todas mis acciones, también es nacida en El Puerto, que siempre hemos vivido en él, que seguimos en él……y que me siguen llenando el alma sus rumores, entre ellos el del portuense viento de Levante. Me cae encima toda la España que no he vivido -como sí lo han hecho mis familiares, todos “exilados” desde mi punto de vista-, con sus diferentes nacionales sentires y virtudes: la morriña y la saudade gallega, el seny catalán, la austeridad blasonada de las Castillas, el orgullo extremeño, la explosiva luminosidad mediterránea, etc., y como necesidad compensadora, me invade entonces, satisfactoriamente, lo que podría llamarse retóricamente, -perdón- la filosofía florida de la luz de este fondo con el mar, en el que está El Puerto. De este cercano mar mío y nuestro que nos permite, por ejemplo, -y es lo que primero definitoriamente se me ocurre- la experiencia ontológica de poder sumergirnos en él, física y mentalmente, en una acción verdaderamente integradora. Un baño en el mar que tenemos tan a mano, es diluirnos en nuestra propia naturaleza, sintiéndonos participado plenamente en ella. La Puntilla –¡oh aires de juventud¡- Valdelagrana, Fuenterrabía, la moderna Vistahermosa, etc., son hechos cercanos, a nuestro alcance, que forman parte de las mejores esencias del Puerto. /Cuadro de María José Gómez Villar, en la UNED.
Chauvinista intenso, perdónenme el galicismo, me apasiono cuando hablo del Puerto, que tanto ha vivido en mi, y me cuesta no manifestarlo, aunque en un Acto como el que nos ocupa, el academicismo debe imperar sobre las emociones. Pero me siento más rendido que nunca hoy, y ya es difícil la superación, por incluirme en la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia, que se encuentra en las entretelas de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad del Gran Puerto de Santa María. Así figura en su Carta Puebla y así figuraba, no hace tantos años como para que yo no pueda acordarme de ello, en unos mosaicos adheridos en la pared de una antigua Bodega en el Camino de Urdax. A modo de tarjeta de presentación, así rezaba frente a la Victoria y a la Estación de Ferrocarril. Escrito que recibía a los viajeros y que no debió desaparecer nunca, no como petulante o vanidosa presentación, sino como indicación de nuestras honrosas, justas y verdaderas señas de identidad.
29 de mayo de 1999. Inauguración de la calle Instituto Laboral, con otros profesores de dicho Instituto, tras el homenaje al Centro. De pie: Manuel Martínez Alfonso, José López Ruiz, Paco Viseras Alcolea, Tomás Quiles, José Cepero Peralta, Luis Gutiérrez, Joaquín Calero Muñoz, Ventura Lozano Moreno. Agachados: Ramón González Montaño, Ángel Angulo Fernández, Leonardo Romero Maure, Ignacio Pérez Blanquer.
Y sigo en lo mismo: siempre he estado en El Puerto, excepto aquellos cinco Cursos de Licenciatura en la Universidad de Sevilla, años a los que debo agradecer mi acendrado sevillanismo y hasta sevillismo. Los posibles mayores logros profesionales que hubiera podido alcanzar en otras latitudes, los cambié obligada y afortunadamente, por mi continuismo portuense.
El Puerto, desde que en los años 40 comencé a “verlo” y sentirlo,, me trae permanentemente muchos recuerdos luminosos de sus detalles domésticos, desde mi inefable atalaya del Parque en donde viví muchos años. Permítanme que me detenga , mínimamente, en algunos de aquel tiempo: la majestuosa Iglesia Mayor –eje entonces de nuestra Ciudad-, la serenidad de la Calle Palacios, los silencios de la de Santo Domingo, la Plaza Peral, el pilón de San Juan, el “lejío” –qué lejos- la grandeza somnolienta de la Calle Larga arriba, la Victoria, la Placilla, las cuatro Esquinas, y las Siete con inefables olores de bodegas, el Parque, la Calle Vicario, etc. etc., cuya memoria de tiempos pasados distintos a los de hora, dedico a aquellas personas de mi generación –qué pocas- que aún puedan estar escuchándome, y comprendiéndome. Ni la Placilla, ni la Plaza Peral, ni mucho menos la Calle Vicario –con aquel tremendo empedrado sobre el que milagrosamente saltaban y rodaban a prueba de amortiguadores, los coches de Paco Díaz, el Capataz- nada tienen que ver con la de ahora -¿mejor o peor?-. Ahora, hoy, el lustre de mi estirpe portuense –con abuelos y bisabuelos nacidos aquí- y la constancia de mi anclaje, reverdece ante la distinción que me regala la ilustre ancianidad de la Academia, recordando los versos de los portuénfilos Hermanos Álvarez Quintero: “¿Por qué se llama Larga, calle preciosa, si mirándote siempre pareces corta?”.
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