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1.574. EL CARDENAL DON LUIS DE BORBÓN. Y las exequias del Conde de Floridablanca.

Después de la publicación hace un par de meses, en este mismo espacio, de mi colaboración sobre la estancia en nuestra ciudad de la condesa de Chinchón (nótula 1527 de GdP) en la que dejé constancia de mi desconocimiento sobre el tiempo que pudo estar alojada esta noble dama, que acompañaba a su hermano, Don Luis María de Borbón, Cardenal Primado de las Españas. A raíz de ese artículo, decíamos, el inefable y gentil archivero municipal, José Ignacio Buhígas, me mostró  uno de los numerosos relicarios culturales que allí se custodian, que en el caso que nos ocupa se trata de un pequeño libreto, impreso en Cádiz, en febrero de 1809, en la imprenta de Quintana, cuyo contenido no solo confirma la presencia de la nieta de Felipe V en El Puerto meses antes de que fuera ocupado por el ejército francés sino que nos proporciona fundamentos para establecer que su estancia duró más de siete u ocho meses. /En la imagen de la izquierda, el cardenal Luis de Borbón.

El largo enunciado del folletito, que tiene un formato aproximado de 15x21 cms. y 24 páginas, reza así: “Descripción circunstanciada de las Exequias que en virtud de Real Orden el Ilustrísimo Ayuntamiento de esta Ciudad y gran Puerto de Santa María en unión y acuerdo del Ilustre y Venerable Clero de su Iglesia Mayor Prioral celebró el día 21 de enero del presente año de 1809 por el Serenísimo Señor Conde de Floridablanca.”

José Moñino y Redondo, que ese era el nombre del I conde de Floridablanca, había fallecido en Sevilla tres semanas antes, el 30 de diciembre de 1808, al poco tiempo de haber sido nombrado presidente de la Junta Central Suprema que gobernaba los reinos de España y las Indias.

El ayuntamiento, en cabildo celebrado el 9 de enero, acató gustosamente la  real orden de celebrar el funeral y exequias por tan ilustre difunto, al que se aplicaría el rango de Infante de Castilla, coordinando el acto con el Venerable clero de la Prioral “y que mediante hallarse en esta Ciudad el eminentísimo Señor Cardenal Arzobispo de Toledo y administrador del de Sevilla, su digna hermana, la Serenísima Señora Condesa de Chinchón, el Excelentísimo Señor Arzobispo de Nicea, Monseñor Nuncio Apostólico de Su Santidad y el Señor marqués de Pontejo, pariente y doliente principal del Señor presidente difunto, pasasen las diputaciones a cumplimentar y convidar a tan dignas y respetables personas, con cuya asistencia tendría la función todo el lustre y decoro que era debido y deseaban los dos respetables cuerpos” –el capitular y el del Venerable Clero- señalándose las diez horas del sábado 21 de enero para la celebración del acto.

Con ser importante, que lo es, la confirmación de la estancia de Don Luis de Borbón, cardenal de la iglesia romana, del título de Santa María de Scala, Arzobispo de la diócesis de Toledo, Primado de las Españas, administrador y dispensador perpetuo en lo espiritual y temporal de la iglesia metropolitana y patriarcal de Sevilla, visitador y reformador apostólico, Grande de España de primera clase, Caballero Gran Cruz de la real y distinguida Orden de Carlos III y de las de San Fernando y San Genaro de Nápoles, y del Consejo de Su Majestad, el objeto principal de esta colaboración es dar a conocer la excelente descripción fotográfica que se relata en esa especie de acta testifical de las exequias que es el opúsculo que comentamos, cuya redacción o autoría creo debemos atribuirla a  uno de los diputados del clero, el presbítero Tomás José de Saelices, catedrático de Filosofía en el Colegio de Nuestra Señora de la Aurora.

El impresionante mausoleo funerario que se dispuso, superaba los once metros de alto. Se colocó bajo la bóveda del crucero principal de las tres naves de la iglesia Mayor y estaba “compuesto de tres cuerpos de orden toscano, con adornos propios de su estructura, finalizando en una aguja, todo de color negro y porcelana. En el frente del segundo cuerpo que miraba al pueblo se colocó el escudo de armas del difunto, primorosamente esmaltado, sostenido por dos genios que recibían en sus manos los extremos de una orla enlazada en dicho escudo con el mote: <VIRTUTI, ET MERITO>. Bajo el escudo, en el espacio del primer cuerpo, se colocaron cuatro cojines de terciopelos color carmesí, guarnecido de galones y borlas de oro, pendientes desde el primero la banda y Gran Cruz de Carlos III, el collar de la Orden del Toisón y, en el medio, la placa de distinción de la Junta central gubernativa y, sobre ellos, la espada, bastón y sombrero. En los cuatro ángulos de la superficie de la basa se pusieron cuatro hachones y en el pavimento de la iglesia, rodeando los cuatro lados, dieciséis de la misma clase, todos con cera de grueso calibre.” /En la imagen de la izquierda, el Conde de Floridablanca.

En el plano del presbiterio se colocaron en los dos lados de evangelio y epístola dos doseles de damasco de color carmesí con guarniciones a puntas, flecos y borlas de seda de dicho color; bajo de ellos sobre tarimas alfombradas dos sillas de brazos de caoba preciosamente embutidas de varias  maderas, con remates y guarniciones doradas, asiento y espaldares de terciopelo color carmesí y escudos de la iglesia bordados de oro, plata y piedras, reclinatorios cubiertos de paños grandes de seda y cojines todo  de color morado; a los lados de dichas sillas se situaron banquillos sin respaldo con asientos de terciopelo para los asistentes y cerca de las barandas del presbiterio, inmediatos a estos, escaños con respaldos cubiertos con damasco carmesí para los familiares, y delante de la grada del altar dos cojines morados para la adoración al tabernáculo del Santísimo Sacramento.

Interior de la iglesia Mayor Prioral.

En el lado del evangelio se colocó una credencia (mesa) de caoba en la que estaban en azafates (canastillos) de plata la capa, estola, amito y mitra, cubierto todo con toalla de tafetán negro. A la salida del presbiterio con unión a su escala al lado del evangelio se formó una tribuna abierta a la altura de la tercera grada, con respaldo de color carmesí y un rico tapete de glasé de plata bordado de sedas de colores, silla de brazos dorados con asiento y espaldar de terciopelo color carmesí y cojín de los mismo, guarnecido de galón de oro; sitio y asiento que debía ocupar la Condesa de Chinchón.

Para los miembros del ayuntamiento se dispusieron ocho bancos de caoba con remates dorados, igualmente tapizados con terciopelo de color carmesí y un sillón para el gobernador. A la salida de las rejas del coro, en los dos lados de su frente se hallaban los mismos bancos que existen en la actualidad, dos bancos largos de respaldos de caoba con escudos bronceados que ocuparon los jefes de los cuerpos militares con su oficialidad.

Dos días antes del funeral, “el jueves diecinueve a mediodía la Prioral hizo señal con el golpe de dos campanas anunciando funeral como a Infante de Castilla, la que continuó de dos en dos horas hasta cumplir las veinte y cuatro, en que rompió el doble con todas las campanas, acompañando inmediatamente el de todas las iglesias y capillas, guardando el método de horas acostumbradas para su repetición en la tarde y noche anterior al funeral, y en la mañana de él hasta concluido el último responso.”

En el atrio recibieron los representantes del Clero y seis capellanes a los munícipes, gobernador y marqués de Montejo, vestidos todos ellos de luto riguroso, y seguidamente “llegó a dicha puerta el coche de la serenísima señora Condesa de Chinchón con su caballerizo y gentilhombre y habiendo bajado de él su Alteza y la señora dama que le acompañaba, fue recibida desde el estribo por las dos diputaciones, siendo conducida por ellas por el centro de la crujía a ocupar la tribuna que le tenían preparada.”  /En la imagen de la izquierda, la condessa de Chinchón.

Cuando llegó el cardenal repicaron las campanas y las diputaciones bajaron los escalones del atrio para  recibirlo a él y al Nuncio de Su Santidad que lo acompañaba, formado el Clero en pleno con la cruz patriarcal de Su Eminencia a su frente,  y en llegando a la puerta de entrada el cardenal  los asperjó con agua bendita, a ellos y al pueblo que se agolpaba en las puertas del templo, pasando después a ocupar sus respectivos lugares.

Se nos pasó referir que el interior del coro lo ocupaban prelados y representantes de las diversas comunidades religiosas y algunos caballeros de ordenes militares, así como, lógicamente, “la capilla de música con su Maestro, completa de instrumental y voces, y en ella estuvo por obsequio el famoso Marineli, cantor de cámara de la condesa de Chinchón” participantes destacados todos ellos en el oficio de Difuntos, cuyo desarrollo debemos obviar al haber alcanzado en este punto una extensión excesiva.

Resumiendo, pues, tras el Invitatorio, el cardenal ofició la misa de difunto, entonó los diversos responsos, bendijo y asperjó a los asistentes y, con similar ceremonia a la de entrada, marcharon en procesión  los asistentes enunciados hacia la salida del templo, despidiendo el clero a todos ellos.

Finalizaba el redactor de este opúsculo que comentamos, y con  ello también lo hacemos nosotros, resaltando “la emoción que causó en los ánimos de todas las personas que formaban el numeroso concurso que asistió a esta función, tanto el majestuoso ornato del templo como la presencia del Eminentísimo Prelado que compendiaba en su augusta persona por su sangre y dignidad, títulos que ningún otro jamás ha obtenido.” (Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. PUERTOGUÍA).

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