La actriz estadounidense Mary Cathleen Collins, de 56 años, mas conocida profesionalmente como Bo Dereck, estuvo en El Puerto de Santa María en 1984, rodando la película Bolero, a las órdenes de su marido --30 años mayor-- John Derek, hoy fallecido. Fue muy conocida por la película, de culto a su personalidad, '10, la mujer perfecta', rodada en 1979.
Entre los lugares de rodaje se encontraba las Bodegas Terry, donde fue atendida por el entonces director de Relaciones Públicas, Fernando Gago (ver nótula núm. 974 en GdP). Derek, de 56 años vive un romance desde hace 10 con el también actor John Corbett.
Bolero fue una producción picante que explotaba la belleza de la norteamericana, contó con un plantel de actores tales como George Kennedy, Olivia d'Abo y las actrices españolas Ana Obregón y Mirta Miller. El papel de galán --encarnando a un torero corneado en la entrepierna-- recayó en el italiano Andrea Occhipinti, que sustituyó a Fabio Testi, y que fue despedido de la película con extrañas excusas. A pesar de las malas críticas --segundo Razzie para Bo)-- la película fue un éxito de taquilla, alcanzando la tercera posición de recaudación en su estreno en Estados Unidos, por encima de la película musical Purple Rain de Prince y muy cerca de Los Cazafantasmas.
Fabio Testi, que luego sería sustituido, Fernando Gago, Bo y John Derek y Geroge Kennedy, en Bodegas Terry en 1982, durante el rodaje de 'Bolero'.
La sinopsis de la película es un topicazo: Bo es en Bolero una turista americana de los años veinte que recala en Andalucía atraída por el mundo de los toros. Conoce a una gitana (Ana García Obregón), adjudicada como novia desde pequeña a un rejoneador (Fabio Testi). La americana acaba enamorando y enamorándose del torero e incluso pretende llegar a ser rejoneadora.
Mary Cathleen Collins o lo que es lo mismo, Bo Derek, firmando una bota en la bodega, en presencia de Fernando Gago.
Una crítica despiadada a la actriz en su actuación de Bolereo de Jorge Berlanga: «Lo de Bo, de bobalicona, de bollo sin miga, de bodrio, no ha sido otra cosa, afortunadamente durante un tiempo fugaz, que la ilusión erótica de un artificio de plástico, la atracción por la muñeca inexpresiva, que si no dice ‘papá y mamá’, puede ser capaz en su naturaleza de pepona --de tamaño algo menor al natural--, de prestarse a algún revolcón bajo la supervisión de su marido»