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Verano de 1973, mis padres deciden que irnos a vivir a España es lo que más desean. Así que se organiza el viaje y emprendemos destino a El Puerto de Santa María desde Oberhausen (Alemania), una gran ciudad de la cuenca minera del Ruhr en el estado federado de Renania del Norte-Westfalia.

Mi padre era oriundo de El Puerto. Nos acababan de escolarizar a mi hermano y a mi en Alemania. Allí las clases empezaban unas semanas antes que aquí. Pero fue por poco tiempo. Cuando llegamos a El Puerto, la intención de mi padre era que mi hermano Dirk fuera al colegio de los Jesuitas y yo al de las monjas de la Calle Cielo. Pero afortunadamente no había plazas. Y digo afortunadamente porque eso supuso aterrizar en el Colegio Nuestra Sra. de la Merced. Sin hablar castellano y comparando mi colegio de Alemania con el de aquí, tengo que decir que me quedé impresionada. Literalmente mi alma se cayó a los pies.

Lo primero que ves del colegio es el portón de entrada que impresionaba. Cuando se abría se veía el gran patio y al fondo unas escaleras que subían a las clases de arriba. En el patio se impartían las clases de párvulos. A la clase se llegaba cruzando la azotea. Las paredes de la clase eran de grandes piedras tipo adoquín, con rendijas entre ellas, donde alguna vez podías encontrar trocitos de gomas de borrar o pequeños lápices. Una pizarra cubría la pared. Una tarima de madera sobre la que se situaba la mesa y la silla de la Srta. Nena, con su baby impecable, sus mejillas sonrojadas y su fuerte caracter.

A mi hermano y a mi nos sentaron lo más alejados posibles para impedir cualquier comunicación. Supongo que la idea era que aprendiéramos español lo antes posible. Había tres filas de bancos-mesa de color rojo. En cada banco-mesa se acomodaban dos alumnos. A mí me tocó sentarme en la primera fila en la punta de delante, justo frente a la Srta. Nena y como compañera tuve a una chica, que creo recordar que se llamaba Paqui. A mi hermano lo ubicaron en la tercera fila y al fondo, o sea, en la otra punta de la clase. /Susana y Dirk Villarreal Wittich

Pese a estos principios aparentemente desoladores, tengo que decir que poco a poco me fui adaptando. Aprendí el idioma, empecé a relacionarme con mis compañeros y a sentirme orgullosa de poder pertenecer a un colegio mixto, cuando la mayoría de niños y niñas que vivían en mi barrio, asistían a colegios segregados. Si no recuerdo mal, en segundo curso se realizaron las reformas en el colegio, adquiriendo las aulas un aspecto moderno más parecido a lo que había visto en Alemania. Las mesas y sillas pasaron a ser individuales. Había grandes ventanas en las clases que le daban mucha claridad, así como las paredes pintadas de blanco y lisas. Fue una mejora espectacular.

Pero también hubo un cambio en la plantilla brutal al poco tiempo. Ya no estaban la Srta. Nena ni la Srta. Rafaela, la que nos vendían golosinas a la hora del recreo así como lápices, gomas de borrar o sacapuntas y cuadernos para "emergencias". Una mañana de 1975 nos encontramos las puertas del colegio cerradas. Una profesora informaba a los padres que Franco había muerto y que el colegio no abriría sus puertas ese día.

Colegio La Merced. Promoción 1992/99.

Estábamos en tercero y nuestro profesor era Don Manuel. Lo recordaré siempre por el profesor que dividió la clase entre voces blancas y voces negras. Yo pertenecí prácticamente todo el curso a las voces negras, el canto nunca fue lo mío. Una vez conseguí pertenecer al coro de las voces blancas y ahí comprendí el fundamento del playback. Hacía como que cantaba en la mayoría de las ocasiones, no quería perder mi nuevo estatus que tanto me había costado conseguir. Pero no me duró mucho. Acabé volviendo al grupo de voces negras. Ja. Pero ahora lo recuerdo con cariño. En 4º de E.G.B. le tocó al profesor Paco Jaén darnos clase, al que todos llamábamos con mucho respeto Don Francisco. Era un profesor grande y con barba y la verdad es que impresionaba mucho. Pero a medida que iba dando clases me percaté de que en el fondo era un buenazo. Me permitió en una ocasión dar clases de alemán a mis compañeros en clase. Pero me temo que no conseguí retransmitir muchos conocimientos. Al final de curso y por razones laborables de mi padre, dejamos el colegio y la ciudad que nos había acogido para marcharnos a Barcelona.

A principios de 1980 regresamos a El Puerto y mis padres nos volvieron a matricular en el mismo colegio. Era mediado del curso de 7º de EGB. Ahora las asignaturas estaban diversificadas de forma que ya no era un mismo profesor quien impartía todas las clases. Teníamos a la Srta. María que nos impartía Ciencias Naturales y Matemáticas, la Srta. Milagros que nos impartía Inglés y Lengua y Don Antonio que nos daba Religión. Ciencias Sociales y Dibujo. Si hubo clases de gimnasia, ya ni lo recuerdo, alguna que otra vez subimos a la azotea para hacer una tablas de ejercicios, pero no recuerdo que fuera con asiduidad. Y quizás esté equivocada, pero puede que dejaran poca huella en mí.

En 8º realizamos actividades y ventas de boletos para poder recaudar dinero con el fin de organizar un viaje fin de curso. Se ve que debimos ser malísimos organizándolo, porque el viaje consistió en una excursión en autocar hasta Algeciras, tomar el ferry en dirección a Ceuta, pasar el día allí, volver al ferry y de vuelta en autocar hasta El Puerto. Como anécdota, comentar que en una parada de Algeciras a El Puerto, en una gasolinera para estirar las piernas, comprar alguna golosina e ir al baño, nos dejaron a mi amiga Manoli y a mí atrás. Vimos con estupor cómo el autocar se alejaba sin nosotras. Menos mal que a alguien le dió por hacer el recuento de alumnos y se percataron de que faltábamos las dos. Así que fuimos recogidas y aquello se convirtió en una anécdota divertida.

Conservo muy buenos recuerdos de aquellos años. Seguro que hubo momentos malos, tristes, incómodos. Pero me quedo con los buenos recuerdos que son los que inclinan la balanza de mis percepciones. (Texto: Susana Villarreal Wittich)

Más información del Colegio de la Merced en GdP

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