Tal día como hoy, 26 de septiembre, también miércoles, de hace 174 años, el presbítero Don Rafael Ruiz Marchante, Examinador Sinodal de la Abadía de Olivares, Beneficiado de la iglesia Mayor Prioral y Vicario de la ciudad, "con anuencia del cura semanero", derramaba el agua bendita que contenía una concha de plata sobre la coronilla de un varón de pocas horas de nacido, suspendido boca abajo sobre la hermosa pila de la capilla bautismal, capilla compartida en esa fecha y desde que se instituyera en 1644, con la Cofradía de San Pedro de Venerables Sacerdotes, sostenido por algún miembro de la familia. Antes, el oficiante, en la puerta del templo, revestido con alba, estola y capa pluvial morada, había leído el ritual de los catecúmenos, ornamentos que cambiaría por la estola y capa pluvial blancas al pasar al Baptisterio, presidido por la “pila de Rota” nombre con el que era conocida por los antiguos la pila bautismal. (Mi erudito amigo Luis Suarez Ávila me ha ilustrado sobre el origen de esta denominación. Parece ser que siglos atrás un carro que transportaba esta pieza con destino a la iglesia Mayor Parroquial de Nuestra Señora de la O de Rota rompió un eje en la calle San Juan, aledaña a la Prioral, depositándose la pila en la sacristía hasta que fuera reparado. Como tardó más tiempo del previsto y la pieza le gustó al Vicario, terminó por instalarse aquí, sustituyendo a la existente, pasando a ser llamada popularmente con ese nombre) Allí, en aquel lugar, el padre Ruiz Marchante pronunciaba con solemnidad la frase de ritual: "Yo te bautizo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Era un bautizo de postín. En el acta contenida en el Libro de Bautismos número 116, folio 103 vuelto, se indica que había nacido el día anterior, "entre la una y las dos de la madrugada" y que se le impuso los nombre de Juan Bautista, Nicolás, Rafael, Lope.
Pila bautismal de la Iglesia Mayor Prioral.
Circunvalando la baranda de hierro forjado que rodea la pila bautismal, presenciando el acto, presumiblemente, se encontraba su padre, Tomás Osborne Mann y tal vez su tía materna, la escritora Fernán Caballero, que en esa fecha residía en Sevilla. El año anterior había contraído matrimonio por tercera vez con Antonio Arrom, después de enviudar de su segundo marido, el marqués de Arco Hermoso. La otra hermana de su madre, Ángela, casada con un militar francés, el Barón Chatry de la Fosse en esa fecha estaba fuera de España y los abuelos Juan Nicolás Böhl de Faber y Francisca Javiera Ruiz de Larrea, más conocida como Frasquita Larrea -traductora de Byron y precursora del Romanticismo en nuestro país- habían fallecido; el primero hacía dos años y Frasquita ese mismo año, aunque al no conocer la fecha exacta del óbito, es posible que aún viviese uno o dos meses más de la fecha que estamos refiriendo. Su madre, Aurora Böhl de Faber y Ruiz Larrea, recién parida, y con una edad peligrosa para dar a luz, pues habiendo nacido en 1800 cumplía años con el siglo y tenía, por tanto, 38 años, no parece probable asistiese. Este que se bautizaba sería su quinto y último hijo, segundo de los varones, todos portuenses, a excepción de la primogénita: María Manuela, que nació en Cádiz y tal vez Cecilia, de la que no he podido localizar ni el año ni el lugar de su nacimiento Ella, María Manuela, futura madre del clérigo Francis Morgan -Curro Morgan para sus primos de El Puerto- el preceptor y amigo del famoso escritor Tolkien, sería también parte importante de la ceremonia, a sus once años, pues fue la madrina.
Los hermanos que precedieron a nuestro personaje, el benjamín familiar, además de la mencionada María Manuela fueron Cecilia, que casó con García de Porres, marqués de Castilleja del Campo y falleció en 1903; Francisca Javiera, que enlazó igualmente con la nobleza de sangre, en este caso con el marqués de Saltillo, Antonio de Rueda Quintanilla. La boda se celebró en la iglesia Mayor de El Puerto en agosto de 1852, y Tomás Osborne Böhl de Faber, dos años mayor que Juan Nicolás que se unió a la anglo-canaria Enriqueta Guezala Power, cuyos hijos formaron las diversas ramas de las que descienden todos los Osborne de la zona. /En la imagen, un joven Juan Nicolás Osborne.
Como era costumbre en esa época, las hembras quedaban descartadas de la gestión de los negocio bodegueros, con lo que Tomás Osborne y Juan Nicolás se repartieron el incipiente imperio vinatero que había iniciado su padre, asociado a Duff Gordon, sociedad que refundaron en 1855 y que, posteriormente, en 1890, fusionaron en una nueva firma: Osborne y Cia., integrada por Juan Nicolás, su cuñada Enriqueta ya viuda y uno de sus sobrinos, Tomás Osborne Guezala. La realidad es que, en la practica, el peso del negocio vinatero recayó siempre en Tomás Osborne, primero y después en el hijo de este de igual nombre pues él, bien joven, se introdujo en el mundillo diplomático, trabajando en diversas legaciones españolas, concretamente como secretario de las de Nápoles, San Petersburgo y París, llevando una vida que podemos calificar de bohemia.
Había heredado la casa-bodega de calle Palma, cuya fachada pone fin a la calle Larga, donde figura una lápida conmemorativa de haber vivido en ella sus abuelos maternos y, de vez en cuando, venía por tu tierra natal, cada vez más espaciadamente, para visitar a la familia, firmar documentos, revisar las cuentas de resultados y... pegar un pellizco a los beneficios, supongo.
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