Corría el año 1964, cuándo por fin, mis hermanas soltaron ‘lastre’ y me permitieron, disfrutar de los paseos dominicales, en compañía de mis amigas. Yo no podía creerlo, después de cantar en el coro del maestro Dueñas en la misa de nueve, y de desayunar en el Xixon-bar --frente a las Esclavas-- esos picatostes tan buenos, iba a reunirme con mis amigas, ¡yo sola!. Ni que decir tiene, que estaba impaciente.
La autora de la nótula, rodeada de sus hermanas, de izquierda a derecha, Kika, Maria Jesús y Conchita Vela Durán.
Ya con mis amigas-compañeras del Colegio, y vecinas de la Placilla, el buen tiempo, nos permitió llegar hasta el final de Parque, y cruzar el Puente San Alejandro, hasta el otro margen del río. Toda una odisea, pues prácticamente todas nos estrenábamos en esta andadura en solitario.
LAS CUNITAS DEL PARQUE.
De vuelta al Parque, nos detuvimos en las Cunitas y esperamos pacientemente, poder montarnos. Terminábamos con los brazos ‘molidos’ pero… muy contentas, después del pique de saber quien subía más alto. En ocasiones, algunas de mis amigas daban la vuelta a la cunita pero normalmente nos frenaban, si no estábamos amarradas.
¡Ala, Ahora a la Ola! --Atracción, para nosotras un Cacharrito-- Sí, vámonos para allá. Mis amigas esperaban hasta poder montarse en la Olla --daba constantemente vueltas-- a mi me era imposible-pues me mareaba. Cuándo salían, parecía que se habían montado en el Vapor, pero no sufran… se les pasaba enseguida. Nuestro paseo, continuaba, bien por la calle Luna, bien por Larga hasta la Plaza Peral y nuevamente al Parque. Comprábamos un papelón de patatas fritas riquísimas a los Salguero. Y derechitas a casa para el almuerzo.
SESIÓN INFANTIL EN EL TEATRO.
A las cuatro de la tarde ya estábamos en la fila del Teatro Principal. Habíamos sacado la entrada por la mañana, temiendo las colas. Ponían una película de Marisol --nuestro ídolo-- y estábamos como locas. Tuvimos que sufrir el aburrimiento del NODO pero no importaba, cuándo empezó, la película, todos los que estábamos en ‘el gallinero’ empezamos a patear el suelo, supongo, como aprobación, después del tedio anterior. Parecía que podríamos caer sin remisión de un momento a otro al patio de butacas, pero afortunadamente no pasó.
En los descansos se oía: "¡hay, caramelos, chicles, chocolatinas!". La cantinela cesaba cuándo las luces se apagaban y continuaba la función. Sinceramente, parecíamos una jaula de grillos por mucho que algunos se empeñaran en silbar, para acallar voces, no había manera. De repente, nuestra heroína –Marisol-- sin varita mágica ni nada, arreglaba todos los entuertos, y el teatro entero irrumpía en un aplauso unánime y un pateo generalizado. De vuelta a casa, merendábamos y nos reuníamos un ratito a jugar en la Placilla.
LA MODA DE LOS PATINES.
Al ir creciendo, cambiaron de alguna manera nuestros hábitos. Los domingos por la mañana, los pasábamos patinando, por el Parque. ¡Ay, Dios mío! Que de caídas di, de hecho creo que estaba más en el suelo, que otra cosa. No comprendía por qué me caía tanto, hasta que mi amiga me cambio los patines y descubrí, que los míos no tenían una especie de frenos, que si tenían los suyos. Así que me alivió saber que no era tan torpe, cual pato mareado.
BUSCANDO NUEVAS FRONTERAS.
Algunos domingos, el aburrimiento nos llevaba a dar una vuelta completa en autobús. Ya existía la barriada de Crevillet. Lo que nos extrañaba era que, para ir a la barriada, nos tuviéramos que bajar, si no estoy equivocada, en los alrededores de la Fabrica de botellas. ¿Que lejos no? Para nosotras era normal el deseo de investigar, hasta donde llegaba el Puerto, ya que apenas salíamos del centro.
Es curioso como todavía recuerdo, a algunas personas con las coincidíamos en esos viajes en autobús. Recuerdo a varias parejitas de jóvenes, dos de ellas -- aunque no tengo amistad con ellos-- sé que siguen juntos, por lo que me alegro. La otra era un chica rubia, de pelo lago, muy guapa, su chico, dejaba pasar su parada para acompañarla, y volvía a pagar para llegar a su destino. No éramos cotillas --bueno solo un poco-- pero… ¿se imaginan a unas niñas de nueve o diez años, alucinando, viendo ‘al caballero andante’, acompañando a su dama? Tengan en cuenta, que a esa edad, se tienen ‘nidos de gorriones’ en la cabeza.
PRIMERAS EMOCIONES.
Pues sí, están en lo cierto, a esa edad, ya nos seguían los chavales, y empezábamos a fijarnos en algunos de ellos. Todo muy inocente ¡eh! Entre nosotras teníamos un código para hablar de ellos sin que se enterara nadie más. En consenso, poníamos motes a cada uno, y así podíamos hablar abiertamente, sin que los demás se enteraran. Nunca despectivos. Lo hacíamos por el parecido a algún artista, o por su comportamiento con nosotras. /María Jesús Vela, autora de la nótula, en el Parque Calderón fotografiada por Cuellar.
SEMANA SANTA.
La Semana Santa, era muy especial, mientras veíamos pasar la procesión, era fácil que te hicieran algún que otro requiebro. Nos fijábamos en los zapatos, para identificar al piropeador, pues la voz no la reconocíamos, pero… al final ¿quien se iba a acordar de los zapatos? Las que más nos gustaba eran ‘Los Cerillitos’ y la que salía de las Capuchinas. Esta última impresionaba un poco. Todos en completo silencio, llevando una cruz al hombro, y en cada descanso, se arrodillaban. ¡Que preciosidad! Lástima que como tantas otras cosas se haya perdido. Lo malo de esta fiesta eran esas pelotas blancas, con las que te ‘bombardeaban’, sin compasión. ¡Eran temibles! Terminabas con ganas de devolver todos y cada uno de los pelotazos, pues algunos te lo daban con saña. Cuándo te volvías, para recriminarles, te sonreían como si hubieran hecho “la gran cosa” y poco menos hubiera que llevar al chaval a hombros. Para evitar que siguieran dándome, me las ingeniaba para preguntarles: “—Oye, ¿y tu hermana?”. Si me contestaban, les mentía diciéndoles que era amiga suya; si colaba, se acababan los pelotazos. Si no, era así…pies para que os quiero, pues peligraba nuestra retaguardia.
Plaza del Polvorista en la actualidad. Foto: Jorge Roa.
PLAZA DEL POLVORISTA.
Otros domingos, nuestros paseos matinales, nos llevaban a la plaza del Polvorista. Ahí instalaron, una pista de coches de choque, convirtiéndose en lugar de encuentro con otras amigas, con quien nos las prometíamos felices pues íbamos todas monísimas, pero…. fue solo entrar en la pista, y se abalanzaron por nosotras, como si del enemigo se tratara. Al bajar del coche de choque, me pregunté: “¿donde están las trenzas con las que entré?”. Ni idea. Las había perdido y ni me había enterado. Lo que si sé es que salí, con un moratón enorme en el costado, que me obligo a visitar a D.Agustín Fernández --nuestro entrañable médico-- . Este hombre, no daba crédito, al verme y me pidió que no volviera amontar. Esta claro, que le hice caso. A esos brutos, ya ¡ni mirarlos!
PASEO DE LA VICTORIA.
Muchos fueron nuestros paseos matutinos y nuestras tardecitas de paseo. Nuestro Puerto en esa época era una delicia, para la vista y por qué no, para los sentidos. Para la vista, porque todos nuestros Parques, estaban diseñados con el mayor de los encantos y especial cuidados. Si nuestros pasos nos llevaban al Paseo de la Victoria, ya no solo era una delicia para la vista, también para los sentidos. Salían a recibirnos, nuestras Cuatro Gracias --tan coquetas ellas-- nos saludaba el bonito Merendero, y como no, nos ofrecían asiento, esos íntimos e inolvidables bancos: Tu y yo. Como buenos anfitriones, hasta nos obsequiaban con música. ¿Que mas se podía pedir? Pues tristemente…que lo hubieran respetado. Ya sé que a estas alturas, estos paseos, resultan ñoños, pero eran otros tiempos.
Detalle de los bancos 'Tu y yo' que aaparecen en el centro de la imagen del Paseo de la Victoria de mas arriba.
Empezaban a construirse las primeras barriadas, pero la vida se centraba, prácticamente en las calles del centro. Bien para surtirnos de alimentos, colegios, tiendas de tejidos, zapaterías, droguerías, barberías, cines etc.
Los días de fiesta, en los que el buen tiempo invitaba a pasear, estas calles se llenaban de gentes; unos con el firme propósito de distraer a los niños, otros de pasar un tranquilo día y conocer a otras personas. Carecíamos de consolas, ordenadores y cosas así, pero no creáis que no nos divertíamos: con una china, un clavo, un trompo, una pelota, una muñeca, una cuerda, un poco de triquitraque, y mucha imaginación éramos realmente felices. (Texto: María Jesús Vela Durán).