Hace poco más de dos meses, 121 años atrás, moría de un tiro en la frente en un salón de baile bonaerense una cantaora y bailaora flamenca llamada Soledad Montoya. Los que presenciaron el infortunado hecho no lo describieron como un crimen, sino como un trágico accidente, a pesar de que el autor del disparo, plenamente identificado, había sido la pareja que le acompañaba, un joven de 22 años llamado Carlos Rivero. En el periódico madrileño “La Epoca” del 4 de marzo de 1891 y también en “La Correspondencia de España” del día siguiente figuraba un breve suelto en una de las columnas de sus páginas interiores que decía textualmente:
«En Buenos Aires ha sido muerta una flamenca llamada Soledad Montoya en un baile público. Al querer el individuo que le acompañaba disparar un tiro a otra mujer que había en el salón de baile se le disparó el arma, yendo a clavarse el proyectil en la frente de la cantaora, que quedó muerta en el acto.»
Días después, parte de la prensa madrileña –“El Imparcial” y “La República” entre otros- se hacían eco de la noticia, encabezada con el título de “Muerte de una Flamenca”, más ampliada. En la crónica del suceso, haciéndose eco de la prensa de la capital porteña, describían a la víctima “más bien baja que alta, delgada y nerviosa, blanca como la palidez de la luna…” Asimismo hacían referencia a sus aptitudes artísticas: “bailando con muchísima gracia y moviendo la cimbreada cintura con un acento particular; en la boca, un nido de jilgueros: cantaba la pobre por seguidillas lo mismo que por polos o se arrancaba por malagueñas y así todo el repertorio del cante jondo.”
Al parecer, Soledad Montoya formaba parte de un cuadro flamenco formado por emigrantes andaluces que alternaban sus actuaciones en el “Prado Español” de la Avenida Quintana, “la calle Larga de la Recoleta” el popular barrio de la zona Norte de Buenos Aires y un café cantante de la calle Suipacha, ahora convertida en peatonal, en el Barrio de San Nicolás, cerquita de la famosa calle Corrientes, una zona de tránsito y parada de toda la bohemia porteña.
El cronista del suceso continúa definiendo la personalidad de Soledad: “Amiga de correr una juerga fina después de su trabajo, nunca sabia decir que no cuando un amigo la invitaba a pasar un par de horas en un baile” Uno de estos amigos ocasionales la invitó al baile de “La Sin Rival” y allí se fue Soledad Montoya “muy linda y jacarandosa, envuelta en su mantón de Manila, largo de flecos y amarillo de tonos, y muy calladita y reservada como siempre que iba a ‘reuniones de personas finas’, como ella solía decir…” El acompañante, Carlos Rivero, tal vez la utilizó para encelar a alguna novia o amante, pienso yo, pues a estas alturas resulta imposible conocer las circunstancias que rodearon al trágico incidente, aunque todo lo que sucedió en el salón de baile tiene el color rojo pasión de los celos y la ira, el mismo de la sangre de la infeliz Soledad, ajena a lo que realmente pudo suceder.
El Prado Español en la Avenida Quintana de Buenos Aires.
Conozcamos el relato que hizo el reportero argentino: “La orquesta preludió una cuadrilla y ya las parejas se formaban cuando llamó la atención general un alboroto en el sitio que ocupaba Rivero. Este sacó un revólver y dijo que quería matar a una mujer conocida suya. Nadie le creyó capaz de tal acción pero algunos amigos de Rivero forcejearon con él para quitarle el arma de las manos no fuera el caso de que disparase. ¿Qué sucedió entonces? Sonó un tiro y se oyó un grito. Soledad, que estaba detrás del grupo que rodeaba a Rivero, y precisamente en la parte opuesta a donde estaba la conocida de este, objeto de su amenaza, dio un salto extraño, como si una corriente eléctrica la hubiese levantado o como si fuera una pelota de goma que botase en el suelo; así saltó, rígida ya, con una mancha rojiza en la frente, herida de muerte, cayendo al suelo con el hueso frontal partido por la bala.
Un salón de baile de Buenos Aires, en la actualidad.
Debemos deducir que los amigos, con la mejor intención, doblaron el brazo hacia atrás del iracundo Carlos Rivero cuando apuntaba a la mujer amenazada y en un reflejo incontrolado, teniendo el arma sobre su cabeza y el cañón de la misma a su espalda, apretó el gatillo, “chamuscándose el cabello y sin darse realmente cuenta de lo que ocurría.” Pocas horas después el autor material del disparo era detenido y en la tarde del siguiente día recibía sepultura Dolores Montoya en uno de los cementerios más extensos del mundo, el de Chacaritas acompañada “por un grupo de ocho o diez personas. Eran sus compañeros de canto y emigración”
Una semana después de publicarse en la prensa madrileña, la Revista Portuense, en su número del viernes 13 de marzo de 1891, reproducía íntegramente este artículo comentado, indicando su procedencia y titulándolo “Hija del Puerto” “advirtiendo que, según datos exactos, la desdichada Soledad Montoya es hija del Puerto y ha dejado a su muerte en la República Argentina, dos hijos pequeños.” /En la imagen de la izquierda, mausoleos del cementerio de La Chacarita, en Buenos Aires (Argentina).
Lamentablemente no hemos encontrado ningún documento que confirme esta aseveración de la Revista Portuense, aunque no por ello dejemos de dar crédito a su condición de portuense de derecho, al haber nacido aquí, tal como afirma rotundamente el texto reproducido, y también la de porteña de hecho, pues debió estar avecindada en Buenos Aires al citarse residiendo allí sus hijos.
Bien podría ser su epitafio los cuatro primeros versos del “Romance de la Pena Negra” que dedicó Federico García Lorca a José Navarro y que se publicó 37 años después de este suceso, en 1928, en el periódico “La Libertad”:
Las piquetas de los gallos/aran buscando la aurora
Cuando por el monte obscuro/baja Soledad Montoya.
(Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. PUERTOGUÍA).
Que historia....lamentable e injusta....
A la redacción si procede: Me podrían decir de donde procede el término GADITANO Y JEREZANO.
Antonio, muchas gracias. Empleas "porteña", con toda propiedad, al referirte a Buenos Aires, y "portuense" al designar la cuna de Soledad Montoya. Así se debe hacer. Lo contrario, sería confundir al personal. Un abrazo, Luis