Supóngase el lector que se dirige cómodamente en el tren a Cádiz, por ejemplo, y que pasa por mi pueblo, por el Puerto de Santa María que es el pueblo más bonito de España ¿Hay quien diga que no? ¡Hombre, que salga y verá…!
Bueno, pues continúe suponiendo que al llegar al Puerto, en vez de oír vocear a un mozo zafio e ineducado aquello de «¡Puerto de Santa María, dos minutos!», escucha a un señor bien portado, sonriente y rebosando salud, grita a todo pulmón «¡Puerto de Santa María, noble ciudad, gran puerto, veinte mil habitantes, todos sanos, once mil mujeres, todas guapas; linda playa, bella campiña, agua riquísima, casas baratísimas…!»
¡Aquí engordó seis kilos don Alfonso el Sabio…! ¡Aquí se muer de viejo!… ¡Aquí no se habla de Romanones!… Y así hasta que el tren se fuese, que se iría de vacío, porque ¿quien oyera tales lindezas no se tiraba, aunque fuera por la ventanilla?
Gracias a esta idea mía, se conseguirán dos grandes cosas, que los viajes resulten instructivos, porque para aprender bien la historia y la geografía de España bastará sacar un kilométrico, y que los persuasivos y elocuentes oradores que pierden su tiempo, y el nuestro en congresos y mítines, un sitio donde puedan hacer con su oratoria algo de provecho. (Texto: Pedro Muñoz Seca. Revista Portuense. 5 de julio de 1921)