Jesús Redondo Abuín, gallego de la Parroquia de Asados, Ayuntamiento de Rianxo, Partido de Padrón, (La Coruña), nació a las cinco de la madrugada de 12 de marzo de 1939. Dejó su casa con 17 años, siempre implicado en la lucha política obrera en la clandestinidad y luego abiertamente: emigrado a Francia, Bélgica, refugiado de la ONU y protegido en Moscú por el Partido Comunista, conoció España también a través de sus cárceles como preso político con sendas condenas de 3 y 8 años de privación de libertad, que no cumpliría completas: "Fueron 3.000 días y 3.000 noches entre recuento y recuento y entre traslado y traslado. Y estas las cárceles de mi peregrinaje: Barranco Seco, Cádiz, Puerto de Santa María, Córdoba, Jaén, Carabanchel, Calatayud, Soria, Segovia, Coruña y A Parda". En 1968, en los sucesos de Sardinas del Norte (Canarias), recibió un tiro en la pierna tras la dura represión de las fuerzas de seguridad de la dictadura.
En el Penal de El Puerto Jesús trabaría conocimiento con Marta Marroquín Travieso, militante comunista que llevaba alimentos, apoyo y conversación a los presos políticos, con quien acabaría formando una familia. No sería hasta 3 años después, en Segovia, donde se conocerían, antes solo se limitó en el Penal del Puerto a hacereles saber a la dirección, que Jesús era un ser con identidad propia, no un número. Ambos viven en Galicia, unieron sus vidas el 10 de marzo de 1975, tienen un hijo, aunque regresan a El Puerto en alguna ocasión. Este es su relato:
Jesús Redondo Abuín, Juanín y Gerardo Iglesias en la cárcel de Segovia. El día de la Merced, festividad de Institutciones Penitenciarias, se autorizaban hacer fotografías.
Esto viví en el viejo Penal del Puerto de Santa María entre el 30 de abril de 1970 y el 6 de diciembre de 1971.
Lo peor que puede pasarle a un pueblo es que le arrebaten la libertad. Fue lo que nos pasó aquí de aquella. Lo que no dejó de pasarnos en cuatro interminables décadas. Longa noite de pedra le llamó a aquello Celso Emilio Ferreiro. Y en cuatro palabras lo dijo todo enteramente. La humedad del mundo cabía en ellas. La humedad entera. Cuatro décadas de muerte, cárcel, destierro. O en el orden que lo dijera Rafael Alberti, el camarada Rafael: destierro cárcel, muerte. No es hora de vindicación. Lo sé. Tampoco de silencio. Hay que recordar. Recordar. Y recordar. Recordar sin ira. Pero recordar. Para que no se repita aquello jamás.
Antigua fachada principal del Penal de El Puerto.
Quedarse sin libertad es lo peor que a un pueblo le puede suceder. Lo peor que puede sucederle a una persona es que la empareden. Que eso es lo que eran los presidios de aquella: paredes, paredes, paredes. Paredes y aniquilamiento. El régimen franquista fue el más inmoral y despiadado de la historia. De toda la historia. Segó un millón de vidas para poder vencer. Pero no enterraron muertos sino simiente. Como Castelao dijera. No logró convencer. No podía ser. Don Miguel de Unamuno ya se lo advirtiera. La tortura estaba al orden del día. Sus penitenciarías eran la prolongación de sus comisarías. No hay más que recordar los nombres de los tres energúmenos que estaban de aquella al frente de cada uno de los tres argumentos fundamentales de la política del que decía que él no se metía en política para no meterse en líos: Camilo Alonso Vega, Ministro de Gobernación; Antonio de Uriol y Urquijo, Ministro de Justicia y Jesús González del Hierro, Director General de Prisiones.
MATADERO DE HOMBRES.
Y lo peor que podía pasarle de aquella a un preso era ir a dar con sus huesos al penal del Puerto. Al viejo y tristemente célebre penal del Puerto. Era un matadero de hombres. Todo allí estaba concebido para el exterminio físico y psíquico. Llegaba la conducción, la metían en un recinto lóbrego, y lo primero que se oía era un ¡firmes! intimidatorio, emitido a pleno pulmón por el Jefe de Servicios de Turno (el del 30 de abril de 1970 era uno que le llamaban La Calva) y acto seguido vociferaba con voz forzada: Llegaron ustedes al penal del Puerto, ¿entendido? Van a cruzar tres patios antes de llegar al celular y van a ir en fila india sin intercambiar ni una mirada ni una palabra con nadie, así vean a un hermano, ¿entendido? Pues, andando. Y la fila india cruzaba los tres patios flanqueada por funcionarios con cara de mármol. /En la imagen de la izquierda, galería de celdas.
DESNUDOS Y VIOLENTADOS.
Al llegar al celular estaba esperando la plantilla de aquel departamento, con su jefe al frente, quien recibía en posición disciplinada las órdenes que le daba el Jefe de Servicios, y éste regresaba a su despacho. Y el poder absoluto en aquel ámbito pasaba a residir en los funcionarios allí destinados, en este orden jerárquico: jefe del departamento, resto de funcionarios y el preso de confianza llamado cabo. Y en plan bárbaro el jefe de departamento ordenaba: ¡firmes!, desnúdense uno a uno y vayan pasando conforme les vayan llamando para ser cacheados. El cacheo consistía en dar botes en cuclillas y terminaba con una insoportable colonoscopia digital, practicada por el propio preso/cabo, por si se llevaba alojado en el colon algún objeto o sustancia ilegal. A continuación se chapaba a los cacheados en celdas intercaladas. Para aislar bien aislado.
Con Marcelino Camacho, en un encuentro sindical en Canarias.
NEGATIVA Y CELDA DE REDUCCIÓN.
Cuando me tocó el turno me negué a pasar por aquello con mis mejores maneras. De poco me sirvieron las buenas maneras. Tuve que terminar siendo tajante: para hacerme eso tienen que atarme, les dije. El funcionario jefe de departamento montó en cólera y me ordenó en el peor tono del despotismo desilustrado: pase inmediatamente a la cuatro. Era la celda de reducción, la cuatro. Era un auténtico potro de tormento. Cada vez que un funcionario le amenazaba a un preso con la cuatro, el preso se echaba a temblar. No pocos se auto lesionaban, preferían salir para el hospital de gravedad. La celda de reducción era el lugar adecuado para poner autoridad. Y al terminar con todos entró a por mí rodeado de los demás funcionarios y del preso de confianza como dispuesto a cualquier disparate. El diálogo entre él y yo duró nada y menos. El: está usted en el penal del Puerto. Yo: información superflua, bien lo veo. El: aquí cuando hay que apalear se apalea. Yo: el que me ponga la mano, tiene que estar dispuesto a llegar al asesinato. El: no se haga el valiente porque a los valientes los trasladamos de aquí en un santiamén en traje de madera y con los pies por delante. Yo: pues pásele mis medidas al carpintero. Vivía en Jerez, tenía una armería, le llamaban El Pistolas, sucedió hace treinta años. Lo digo sin ira. Pero lo digo. Se me hace bastante para pasarlo por alto.
Visitando el antiguo Penal de El Puerto, paseando por el claustro junto a su cuñado, Miguel Marroquín, el pasado verano de 2008.
VISITA DEL DIRECTOR.
Digo diálogo y fueron dos monólogos más bien. Pero le rompió los esquemas al jefe de departamento. A cuantos iban con él. Y no he vuelto a verlos. A la mañana siguiente vino a verme el Director del penal. No era usual. Y el despotismo ya fue ilustrado. Pero igual de brutal. «He visto su expediente» –me dijo-- «y trae usted seis faltas muy graves. Aún así creo que ha sido un error de la Dirección General haber autorizado este traslado. Pero aquí está. Y será uno más. Tengo a mi cargo 615 presos complejos y no pienso andar con distingos. De ningún signo. Este es un penal para presos con “exceso de condena”, “multirreincidentes” e “inadaptados”. No importa que en su caso no se dé ninguno de los tres supuestos. Aquí existen cuatro regímenes estrictos: Régimen General, Vida Mixta, Observación Disciplinaria y Celdas de Castigo. Celdas tiene usted para rato: los132 días que trae, y los que le sobrevengan. Que le sobrevendrán a la vista de su expediente. Y ya se lo advierto: aquí las sanciones se cumplen íntegramente. Ahora bien, mientras yo esté al frente del penal, ningún funcionario le pondrá la mano».
264 DÍAS EN CELDAS DE CASTIGO.
Vaya si me han sobrevenido castigos. Llegué a acumular 12 sanciones muy graves: 264 días consecutivos en celdas de castigo. Y, óiganlo bien, estos y no otros han sido los motivos: cuatro huelgas de hambre, tres colectivas --Las Palmas, Soria, Pontevedra-- y una sólo en El Puerto; llevar a juicio a un funcionario por abuso de autoridad (un tal Julio Cedrón, de Lugo); mirar con desacato a un funcionario; denunciar asesinatos y malos tratos, y exigir mediante escritos amnistía general y completa para todos los presos políticos. Eso que ni el Fuero de los Españoles prohibía el derecho de petición. Lo protegía.
PAPEL Y BOLÍGRAFO=SANCIÓN.
Pues cada vez que pedía papel y bolígrafo era indefectiblemente sanción sobrevenida. Pero papel y bolígrafo era lo único que podía esgrimir. Y lo esgrimía. No hacerlo no era posible. Uno no puede llamarse andana cuando escucha que están matando a palos a un hombre atado de pies y manos. Aun cuando fuese un delincuente. Aun siendo en el viejo penal del Puerto. Porque sean cuales sean sus circunstancias, cada hombre es en sí un hecho único e irrepetible.
Encabezamiento de una de las denuncias
SIETE SANCIONES.
He visto entrar allí hombres como castillos y a la vuelta de unos meses no eran ya ni la sombra de lo que habían sido. Los he oído agonizar a palizas. Me quejaba por escrito a la Dirección General, sanción al canto. He visto a un preso de la celda de enfrente a la mía (un tal Perogil) subirse al techo de la jaula y calcular el salto para dar exactamente con la cabeza en la esquina del camastro de hierro y poner fin a su martirio. Lo ha conseguido. Puse denuncia al Juzgado por asesinato inducido. Sanción suma y sigue. El Pistolas llegó a trincarle el pene a un preso con el gozne de la jaula y aporreárselo hasta partírselo. Me han impuesto siete sanciones muy graves en los veinte meses que estuve allí. Todas por lo mismo. Los partes los daba el funcionario de turno y las sanciones las ratificaba por unanimidad la Junta de Régimen: Director, Subdirector, Médico, Maestro y Cura. Cinco rangos distintos y un mismo objetivo: que el preso se adapte y no rechiste. Uno no se imagina a individuos así gastar gestos de cariño ni en familia.
Explicando a unos amigos y a su cuñado, Miguel Marroquín, las condiciones de vida en las galería.
HUELGA DE HAMBRE.
Me costó lo mío salir vivo de allí. Catorce días de huelga de hambre inclusive. Pero salí. Salí porque el zorro no pierde las mañas pero las fuerzas sí. Estaban prohibidas las huelgas, y se hacían más que en los países en que no estaban prohibidas. Estaban prohibidas las manifestaciones, y se hacían más que en los países en que no estaban prohibidas. Lo cual que por primera vez en 32 años la Bestia Parda tuvo que ocuparse en Consejo de Ministros de los pros y los contras de que se le muriese en el penal del Puerto un preso político --que tampoco existíamos-- y prevaleció lo segundo por fin. A eso debo el poder contarlo, y de chiripa. El sustituto del ultra Jesús González del Hierro se desplazó adrede a comunicarme que habían decidido retornarme a Segovia en cuanto estuviese en condiciones físicas. Y así ha sido.
Por última vez, tras las rejas del antiguo Penal de El Puerto.
CONDICIONES MEDIAVALES.
Supe lo que era el infierno sin necesidad de morirme. Además de un régimen penitenciario medieval, eran medievales las dependencias, los métodos de los carceleros y las condiciones de vida. La comida era insana y exigua: la tuberculosis y la desnutrición eran extendidas e intensivas. Entrar en celdas suponía perder los derechos subjetivos y tener que atenerse al rancho estricto. Durante nueve meses seguidos mi dieta fue: un plato de malta y un chusco, un plato de rancho y un chusco, un plato de líquido con un huevo duro y un chusco. Las celdas eran nichos de dos metros de ancho por 2,60 de largo por tres de alto; estaban dos metros por debajo del rasante del recinto y tenían un tragaluz de unos 50 centímetros; las camas consistían en una plancha de hierro empotrada en la muralla y en el suelo; tenían un lavabo y una taza de water (la de reducción un simple orificio) y un blindaje de barrotes de hierro o jaula entre la puerta y el catre de 1,40 de ancho por 1,30 de fondo para dejar fuera del alcance de un brazo la puerta al abrirla.
Con su mujer, Marta, delante de Nuestra Señora de París, en Francia. Año 2010.
COMPENSACIONES ECONÓMICAS.
Comprenderán que lo diga. No hay dinero que compense lo pasado por los presos en los presidios franquistas. No sería sufrible tanto suplicio si no fuese por la fe del carbonero que teníamos y por el sacrificio de nuestros camaradas y de nuestras familias. Hay tratadistas que dicen que el dolor es subjetivo. Los que eso dicen se enterarían de lo que vale un peine si tuviesen que soportar ser diestramente torturados día y noche o nueve meses seguidos sin ver la luz del día en uno de los nichos de castigo del viejo penal del Puerto de Santa María. /Con su mujer, Marta Marroquin Travieso.
El millón y medio máximo ese sería un insulto de no ser que es un mero símbolo. Aún así, lo gratificante hubiese sido que las nuevas autoridades tomasen como primera medida darnos las gracias por los servicios prestados desde el papel del Boletín Oficial del Estado. Ese sí que hubiese sido un detalle. Pero no se hizo. Se ha tardado quince años. Y los que no tenían 65 años cumplidos o no llegaron a los tres de presidio han quedado ignominiosamente excluidos. Qué gran injusticia. Como injusticia ha sido haber hecho apechar a los heroicos guerrilleros antifranquistas veinticinco años con el estigma de bandoleros. Qué enorme injusticia. Quizá sea que las nuevas autoridades no sepan lo que es tener sitiada la vida o tenerla pendiente de un hilo o pisar un penal o pasar por un cuartelillo. Quizá sea que se piensen que la transición empezó en los Pactos de la Moncloa. Acaso esa fuese su bicoca. Acaso. Pero es la bicoca de muy pocos. Que conste. (Textos: Xesús Redondo Abuín. Julio 2001).
Buenas noches, soy Luisa Maria Serrano, hace un rato he leído el artículo de Maria Serrano sobre el Penal del Puerto. Mi abuelo murió alli en abril de 1971. Estoy buscando información o alguien que lo conociera allí. Se llamaba Manuel Serrano Romasanta.
Hola Abuín. Soy nieta de un preso politico Hilario Rios, que pasó 4 años en ese infierno en los años 40, despues del triunfo de los franquistas.
Lo primero, saludarte y darte las gracias por tu entrega y por tu testimonio.
Me gustaria saber si hay alguna lista de los presos de aquella epoca. Tal vez tu puedas indicarme donde buscar.
Muchas gracias y un saludo bien rebelde!
Yolanda
Hola Abuín, no me conoces, mi nombre es Violeta Pérez y soy hija de Luis Pérez Lara que estuvo preso contigo en la cárcel de segovia, ha sido muy dificil encontrarte, necesito hablar contigo con un asunto relacionado con mi padre(no es grave), te agradecería muchisimo que te pusieras en contacto conmigo, mi mail violetafrica@gmail.com
Colgaste mis palabras tal cual las redacté. Bien. Muy bien. Gracias. Muchas gracias. Que es de agradecer, muy de agradecer, que no todo lo pueda censurar don dinero. Y no es lo frecuente. Lo frecuente es que los tahúres de la tinta y de las ondas pongan o no pongan en circulación aquello que a ojo de buen cubero consideran que conviene al sistema que alimentan y les alimenta. Sólo cuenta para ellos lo que les trae cuenta. Lo demás es lo de menos para ellos. Si hay que obviar lo obvio, se obvia. Si hay que fantasear, se fantasea. Y vaya si se obvia. Y vaya si se fantasea. Los capataces de las ondas y de las letras son más contrarios a la ardua militancia de base que sus propios amos. Que ni necesitan dejarse ver. Sobre la Transición se han dicho y escrito falsedades a tutiplé. Rigor histórico muy poco se oye y se lee. La fronda oral y escrita solapa la arboleda. Los cronistas oficiales de los que tienen por el mango el monopolio del dinero, que es el rey de todos los poderes, escriben y hablan de encargo a tanto alzado. Y tan alzado. Así es que lo que cuenta para ellos mayormente son los dígitos contantes y sonantes en sus cuentas. Alientan por la cartera. Lo demás es lo de menos para ellos. Los hombres y las mujeres que dieron la cara por todos nosotros y se la partieron ni salen a relucir en sus voces ni en sus textos. Son elididos y preteridos a cal y canto por ellos. Nada cuentan los que dieron la cara y se la partieron para los palafreneros del sistema. Cuando los que dieron la cara y se la estamparon son los auténticos canteros del templo por excelencia de la democracia: el Parlamento. Pues pareciese que no. Pareciese que la Transición es obra de un selecto sanedrín de falsos demiurgos consagrados en La Ventana por Gemma Nierga. Qué sabrá ella de demiurgos de la Transición. Qué sabrán sus falsos demiurgos lo que valía un peine en tiempos de crespón y de cera. Los auténticos demiurgos de la Transición fueron y son los hombres y las mujeres que protagonizaron y padecieron el día a día colectivo contra el miedo. Que todo el miedo del mundo se arrastraba de aquella por todo el mapa de España al acecho: por las comisarías, por los juzgados, por las cunetas… Todo lo atenazaba aquí de aquella el cabrón del miedo. Y los falsos demiurgos, ahora tan audaces ellos, saltaron al ruedo de la Transición sólo cuando ya estaba vencida la fiera. Cuando el astuto Carrillo, por ejemplo, osó pasear su flequillo postizo por la ribera del miedo ya el barco del espanto estaba contra la escollera del puerto. Ninguno de los que ahora se adornan de farol cada tarde sin ningún riesgo pisaba cuando entonces contra el miedo con el garbo que ahora gastan todos ellos en la arena del redondel de las ondas y de las letras. Los que sí pisaron fuerte contra la fiera del miedo en todo momento fueron Gómez Gayoso, Antonio Seoane, Miguel Hernández, Marcos Ana, Julián Grimau, Mario Diego Capote, Tina Pérez, Horacio Fernández Inguanzo, Luís Lucio Lobato, José Sandoval, Pere Ardiaca, Narciso Julián, Justo Pérez de la Fuente, Marcelino Camacho, Pedro Patiño, Amador Rey, Daniel Niebla… Y ciento y la madre más que se han dejado la piel a tiras en las alambradas de la clandestinidad o quedaron tiesos en cualquier barranco o en cualquier cuneta. Tiesos y tragando hiel a cántaros en el nunca más. Que la muerte sí es el final. Vergüenza debiera darle al Estado democrático no haberlos rescatado aún de la ominosa desmemoria que les golpea y nos golpea. Urge que el Estado democrático los localice a todos ellos y los desentierre para que sus camaradas y sus deudos puedan volver a enterrarlos dónde y cómo quieran. Que si el Estado es hoy lo que es y las altas autoridades del Estado son lo que son, lo son gracias a ellos. A ellos y a cuantos dimos la cara así nos la partiesen. No lo olviden los diputados. No lo olviden los ministros. Ni lo olvidemos los peones de brega. La propia Reconciliación lo quiere. Lo quiere y lo requiere.
APORTACIONES AL TEXTO
Cuatro datos por si los considerases incorporables. Uno. Mi cuñado Miguel te dijo que soy de Padrón y no es del todo exacto, nací en la Parroquia de Asados, Ayuntamiento de Rianxo, Partido de Padrón, Provincia de A Coruña, fue a las cinco de la madrugada del 12 de marzo de 1939, lo sé por mi madre, que es fuente fidedigna. Es decir, nací 20 días antes de que el sapo ártabro cantase victoria. Victoria que yo no he visto por ninguna parte, la verdad sea dicha. Lo que sí vi fue un mapa de heridas en carne viva, en carne viva. Heridas en carne viva, digo, no cicatrices. Heridas que siguió asestándonos el bárbaro ártabro a los “cautivos y desarmados” hasta el 20 de noviembre de 1975 que nos libró de él la bendita flebitis. Estas son las mías: hambre severa desde que nací hasta que a los 17 años me fui a Asturias y me bajé a la mina, que fue el hambre la que me echó de Galicia; cuatro años de exilio; un año de secuestro gubernativo a cargo del célebre torturador Melitón Manzanas y del también célebre Ministro Alonso Vega, el mismo que cuando las huelgas mineras de Abril y Mayo de 1962 dijo por Televisión fríamente y sin titubeos que si su excelencia le diese a él carta blanca, en menos de 24 horas acabaría “con los cojones” de los huelguistas; siete años, cinco meses y veinticinco días de presidio, del 15 de septiembre de 1968 al 10 de diciembre de 1975 -que ya son días y ya son noches de presidio- y un tiro a bocajarro que me descerrajó a quemarropa un cabrón Comandante de la incivil Guardia Civil: Ángel Díaz Otero Arias. Furibundo terrorista de Estado. Dos. Lo mío no fue emigración a Europa: fue exilio. El sábado 25 de agosto de 1962 me vi el brete de tener que ser yo quien pidiese la adhesión a la huelga del pozo en que trabajaba, Lláscaras, y los camaradas consideraron que debía saltar a la clandestinidad, como en las de abril y mayo tuvieron que saltar del mismo pozo los camaradas Jesús Álvarez y Casimiro Bayón. A los tres nos sacó el Partido del país con sigilo y audacia. En mi Pasaporte rezaba que era un comerciante cubano de la Provincia de Oriente. Dato que doy hoy. Melitón Manzanas se quedó con las ganas. Tener trabajo era condición sine qua non para obtener asilo político en Francia. Y el Partido me lo encontró en Estrasburgo. En una fábrica en la que trabajaban otros 500 españoles en condiciones lamentables. A los seis meses hicimos una huelga de ocho días. Y la ganamos. Pero ese éxito yo no pude disfrutarlo. El Gobierno del falso libertador de París me dio 72 horas para abandonar territorio francés, bajo amenaza de mi entrega fulminante a la policía española, expirado el plazo. Y como de aquella también pintaban bastos en Francia para los descalzos, incluso para los autóctonos, a causa de su derrota en Argelia, el PCE optó por protegerme durante un año en la Unión Soviética. Era en tiempos de Jruschov y de esplendor en todos los frentes: económico, cultural, técnico y científico. La hazaña espacial de Yuri Gagarín en abril de 1961 dejó en un ay al propio Pentágono. Allí me enseñaron a leer y a escribir. Y cuando aprendí, el Partido me consiguió trabajo en las minas de Lieja bajo protección de Naciones Unidas. Pero yo nunca tuve mentalidad emigrante. Siempre me sentí en tránsito. Y cuando el Partido orientó al retorno a España de los no incursos en asuntos graves, yo me vine a legalizar mi situación a las primeras de cambio. Fue en el verano de 1966. Y como el Ministro de Gobernación no supo qué hacer conmigo, mientras lo pensó, mandó a Melitón Manzanas que me secuestrara. Y a últimos de 1967 decidió ponerme en libertad. Fue en Gran Canaria. En donde me incorporé a la lucha de los comunistas canarios por disputarle al régimen espacios de libertad. Hasta que el 15 de septiembre de 1968 me pegaron un tiro durante los sonados sucesos de Sardina del Norte. Y hasta el 10 de diciembre de 1975 que he vuelto a salir de la cárcel, no he vuelto a pisar la calle. Fueron 3.000 días y 3.000 noches entre recuento y recuento y entre traslado y traslado. Y estas las cárceles de mi peregrinaje: Barranco Seco, Cádiz, Puerto de Santa María, Córdoba, Jaén, Carabanchel, Calatayud, Soria, Segovia, Coruña y A Parda. Tres. Marta, a la que le debo tanto, si quiso verme, tuvo que ser en Segovia tres años más tarde de que el Partido le pidiese que se encargase de hacerle saber a aquellos energúmenos del Penal del Puerto que yo no era alguien individual. Marta y yo unimos nuestras vidas el 10 de marzo de 1975 y unidas siguen. Tenemos un hijo.
Que sorpresa mas grande!!. Hace ya 24 años que no veo a mi tia Marta y desde aqui quiero mandarle a mis tios y a mi primo Xenxo un beso muy fuerte. Tata aqui te mando mi correo electronico. agator1@bellsouth.net.