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Usted habrá comprobado por las estadísticas que el paro crece; que el paro decrece; que el paro se estabiliza. Total, lo que le dicen. Y usted lo creerá o no lo creerá. La verdad es que, desde que Chaves dice no se limpia los zapatos, el paro va a más. Si viviera el bedel Correas que, en el Club de Derecho de Sevilla padeció a Chaves y a otros muchos, le podría contar a Vd. qué clase de señoritingos del pan pringado eran, por los años sesenta, estos, hoy, servidores preclaros de la Patria. Pero lo más grave es que Chaves afeó a Arenas el que contratara a un limpiabotas para el aseo de sus zapatos y que fuera sorprendido por tal cual avispado fotógrafo de prensa en plena faena y en plena  campaña electoral. Chaves apostilló: "A mí nunca me han limpiado los zapatos". Eso, además de ser mentira, porque yo lo sé de ciencia propia, es una maniobra desestabilizadora del empleo, aunque sea un empleo precario y sumergido.

Al igual que publican --y con gran éxito-- libros sobre las "salidas" de las carreras para estudiantes desesperados y en trance terminar o haber concluido ya sus estudios, debiera de haber algún autor o algún organismo que se preocupara de sacar a la luz un libro sobre actividades ingeniosas y con porvenir, en trance de perderse.

Los palmitos, las tagarninas, los espárragos trigueros, los caracoles... ya no son objeto de ese "ius usus innocui", consuetudinariamente consagrado, como el rebusco en la viña, en los garbanzales o en los olivares. Ya los palmitos, los espárragos, las tagarninas, los caracoles, los higos de tuna y hasta los camarones nos vienen de Marruecos. Tenemos aquí un complejo de nuevos ricos, desde que el P.S.O.E. nos ha colocado en el mercado europeo, que nos está manteniendo en esa situación de gente bien, venida a menos, que no tiene redaños para confesarse pobre de solemnidad.

¿Quiere Vd. creerme si le digo que, en El Puerto, no hay, hoy en día, un solo limpiabotas? Pues no, no lo hay. (No lo había en 1994, ahora tenemos a José Serrano, Serranito, en la imagen de la izquierda).

En Sevilla, en el Bar Laredo, hace una semana, me cobraron quinientas del ala por adecentarme los zapatos y con todos los avíos: cepillado previo, dandi ( fabricado artesanalmente con anilina, goma tragacantos y agua del grifo [se advierte que algunos desaprensivos, no profesionales, le añaden algo de alcohol, que produce, al cabo del tiempo, grietas en la piel del zapato]), aplicación con los dedos de crema de cera (traida de Portugal, porque aquí, con los adelantos, ya se han perdido aquellas cremas "Tractor" o "Eclipse" tan puras en ceras vírgenes), cepillado a dos manos y lustrado con la bayeta de gamo. Como debe ser.

Pues este pequeño placer no te lo puedes permitir en esta Ciudad [de Historia, Turismo y Congresos]. Y no es que a uno le guste tener a un congénere arrodillado ante sí, realizando un trabajo servil. Nada de eso. El trabajo de betunero es una especialidad a la que no todo el mundo tiene acceso. ¿A que ni  Vd., ni  su santa esposa, ni  su criada de toda la vida son capaces de dejar unos zapatos tan lustrosos como un limpiabotas? El secreto está en la especialización. Cuando nos demos cuenta de que estamos en Europa, nos apercibiremos que lo necesaria que es la especialización.

Aquí, como digo, no hay quien pueda utilizar, hoy por hoy, los servicios de un honrado betunero. Y no por falta de tradición.

Sin remontarnos muy lejos, Vd. recordará los gloriosos nombres de "El Caneco", "El Tigre", "Calla-calla", "Dominguito", "El Quico", "El Mudo" o "El Lustre", por poner unos ejemplos. Usted recordará, sin duda, el salón de limpieza de calzado y la zapatería de Roque. Vd. recordará a Camacho que, solamente ejercía de limpabotas los domingos, porque el resto de la semana trabajaba en Haüpold. (Antonio, el Caneco, en la imagen de la izquierda).

Pues estos honrados profesionales mantenían  el calzado brillante a los portuenses y, además de revenderles lotería o tabaco, ellos --y los barberos-- tenían informada a la población de todo aquello que no podía publicarse ni en la "Revista Portuense", ni, luego, en "Cruzados" o en "La Voz de la Bahía". Item más, algunos, como "El Caneco", "El Tigre" o "El Mudo" dieron rienda suelta a su afición taurina, participando, gloriosamente, en festivales benéficos en nuestra Plaza de Toros. Juntos y por separado, dejaron muy alto el cartel de su torería, con "Cándida La Negra" pidiendo las llaves del toril, montada en un burro, a la presidenta, que no era otra que "La Farfolla", acompañada por preciosas señoritas, de la raza "calé",  naturales de las calles Lechería, Rosa y Santa Clara.

Vd. recordará a "El Tigre" vestido de "hombre hierba", sobre un pedestal, en el platillo de la Plaza, quieto como "Don Tancredo", forrado de hierbajos, salir de estampida cuando la vaca empezaba a dejarlo al descubierto después de engullir y rumiar su forraje verde. Vd. recordará a "El Tigre", esperando a porta-gayola al toro, vestido con un baby de crudillo y la máquina de fotos al minuto, prestada por Cuellar, con su cubito y su pañito,y, al punto, verla toda hecha añicos por el fiero animal.

Joaquín Zapata 'el Tigre', en su versión de 'El Hombre de Hierba', suerte por él inventada. Festival del 7 de enero de 1940.

Vd. tendrá memoria de "El Caneco" y de "El Mudo" dando lances irrepetibles, junto con "Cagancho" o "Moroncillo".

El Tigre, a la izquierda y El Chumi, a la derecha --desconocido el personaje del centro-- ante la puerta del Hospitalito, en la calle Zarza esquina con Ganado.

Pues "El Tigre", "El Caneco", "El Mudo", "El Quico" (cuya fotografía aún puede verse colgada en la taberna de Pedro "El de Los Majaras"), "Calla-calla" (todavía vivo, a pesar de sus muchos años y dolorosamente ciego), "Dominguito" (jorobado del que no he dicho, al presente,  que debe su renombre nacional a haber salido en "El Caso" con ocasión del asesinato de su hermana Antoñita a manos de "El Arropiero") y "El Lustre" (antiguo lugarteniente del general Miaja, en el bando republicano, durante la Guerra Civil), no solo mantenían su ambulante negocio en el Bar Central, en La Fuentecilla, en La Perdiz, en El Continental, en el Puerto-Bar, en La Granja, en La Liga y en los Casinos Portuense, de Labradores y el Mercantil, sino que giraban visita profesional a casas y escritorios de bodegas para dejar a sus clientes  con los zapatos más límpios que un espejo.

Calle Larga, engalanada para las fiestas a principios del siglo XX. A la derecha tienda de limpieza de  calzado, donde mas tarde se instalaría la zapatería de Roque y hoy hay una pequeña tienda de ropa;  en frente, donde hoy está el ‘Café di Roma’,  el Casino Portuense. (Foto Centro Municipal Patrimonio Histórico).

"El caballero elegante, lleva el calzado brillante"; "No creas que la elegancia empieza en el sombrero; empieza en los zapatos que te limpia el betunero". Así pregonaba "El Lustre". "El Lustre" se las daba de poeta. Tan es así que en los primeros Juegos Florales de las Fiestas de la Hispanidad presentó un poema que decía: "De España salió Colón/ con rumbo desconocido/ y al llegar al Ecuador/ dijeron todos a una voz:/-Mira, señor, un lantisco". La verdad es que, como él argumentaba y puede verse en la magnífica construcción del original poema, no se llevó la flor natural, por sus ideas políticas y porque, como España estaba como estaba, antes de la democracia, el premio se lo dieron a Eduardo Gener Cuadrado, poeta y almirante, afincado en Puerto Real.

El Bar Central --hoy un edificio nuevo sede del Banco de Andalucía-- en la confluencia de las calles Luna y Larga. 23 de febrero de 1978. (Foto: Archivo Municipal).

Sus temores tenía "El Lustre" en la España de Franco. Su militancia comunista le tenía un poco asustado. Yo no sé quien le dijo que José Manuel Almagro era Fiscal del Tribunal de Orden Público que venía a investigar las responsabilidades de sangre del bando republicano, cuando la guerra. El caso es que , cuando José Manuel venía de vacaciones de verano --estudiaba Económicas en Madrid- y asentaba sus reales en el Bar Central, "El Lustre" no aparecía por ese bar y merodeaba otros hasta que, a finales de septiembre, se le acababan las vacaciones a José Manuel. Entonces "El Lustre" respiraba. Pero José Manuel Almagro, del asunto, no sabía nada.

Los demás betuneros, nada versados en versos, se limitaban a acercarse al personal y ofertarse respetuosamente: "Se limpia el calzado, caballero". Excepto "El Mudo" que te señalaba  los pies y hacía un sonido así: "mun, mun, mun". El mismo sonido con el que, sacándose del bolsillo tabaco de contrabando o lotería, los ofrecía a los parroquianos.

Sin embargo, "El Caneco" era un hombre genial. Daba su vueltecita por bulerías, cantaba saetas y romances, disfrutaba de la amistad de todo el mundo e incluso abrazaba, cuando lo encontraba por la calle, al Secretario General del Excmo. Ayuntamiento, Don Federico Sánchez-Pece, diciéndole: "--Don Federico de mi arma, mi niño Antonio..., mi niño Antonio..., mi niño Antonio..." y alababa las cualidades de su hijo.  (En la imagen de la izquierda, otra fotografía de 'El Caneco').

"El Quico" era hombre muy aficionado al Carnaval, muy colorado, dicharachero y jovial. Murió joven.

"Dominguito" tenía la especialidad de batir los cepillos a dos manos y recogerlos después de haberlos tirado por alto.  Cuando se cansaba de andar por los bares, recalaba por el escritorio de Osborne, donde, además e limpiar zapatos, hacía los más peregrinos mandados a los escribientes: desde irles a pagar una letra o cobrar un cheque, hasta comprarles los periódicos.

El que era un hombre enfermizo de toda la vida, siempre asmástico, era Antonio "Calla, calla", pero los ha sobrevivido a todos. Todavía se le puede ver por ahí, de cuando en cuando, ciego, apoyado en el brazo de su mujer. Durante un tiempo vendió cupones de la O.N.C.E.. Ahora vive jubilado. Que sea por muchos años.

La gente es tan original que, al cerrar la zapatería y salón de limpieza de calzado de "Roque", por jubilación de Miguel, han puesto una boutique. La casa de Roque era un lugar en que se pecaba. Pero se pecaba venialmente contra el octavo mandamiento de la Ley de Dios. Yo, donde he oído más mentiras en toda mi vida ha sido en casa de Roque, mientras me limpiaba los zapatos. Y ocurrencias: lo que no se le ocurría a Roque, padre, se le ocurría a Miguel, hijo, mientras Serafín, que remojaba y batía las suelas para coserlas, lo presenciaba todo, sentado, al lado de la izquierda, en su banquillo, callaba y reía socarronamente cerrando la boca, huérfana de dientes, hasta darse con la barbilla en la punta de la nariz. (En la imagen de la izquierda, el desaparecido zapatero Miguel Morales Augusto, 'Roque').

Un fenotipo, totalmente distinto, subespecie del pícaro de los siglos áureos, era el gitano trashumante que, en tiempo de feria, aparecía con su caja. Si te descuidabas, además de dejarte los zapatos hechos trizas, te ponía unas herraduritas, unos virones, unas tapas y hasta unas medias suelas y todo ello, sin pedírselo, en un santiamén, para luego exigirte y de malos modos, un capital por sus servicios. Pero eso, siempre con un zapato en la mano. De manera que, o le dabas lo que te pedía, o tenías altercado.

Y, como siempre, los guardias por otro lado. ¿Habrá cosa más inútil que limpiarse los zapatos en la feria? Pues había quien se los limpiaba y no por exceso de pulcritud, sino por exceso de vino. Así, esos gitanos trashumantes, andaban a sus anchas.

Pero volvamos a los honrados betuneros portuenses. Los primeros en sucumbir fueron "El Tigre", "El Mudo" y "El Caneco". Le siguió "El Quico" y , luego, "Dominguito" y, así, se fue extinguiendo el contingente humano de la profesión.

Al cabo de los años, apareció un hombre, de raza gitana, procedente de Granada que pululaba del Bar Buenavista" al "Bar Trevi". Un buen día se supo que marchó a su tierra y que no volvió más.

José Serrano 'Serranito', en plena faena de limpiar el calzado, en la calle Larga, en las mesas del Bar Vega. (Foto: A. Gaitán Fariñas).

Desde entonces, nada. Han faltado vocaciones. Porque, para ponerte de rodillas a darle al cepillo y dejar los zapatos de cada quisque como los chorros del oro hace falta vocación y entrega. El caso es que no han salido nuevos betuneros y la gente se conforma con las esponjitas que venden en los hipermercados o los aplicadores de crema --con lanolina-- que ni necesitan cepillar. Y al cabo del tiempo los zapatos tienen costra y se tiran. Porque el secreto bien guardado de los betuneros era poner crema y quitarla a fuerza de cepillo. Hoy, como el consejo autonómico es no limpiarse los zapatos y consumir productos andaluces, lo que comemos viene de Marruecos y los limpiabotas no existen. (Texto: Luis Suárez Ávila). Escrito  en el año 1994.

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