El Hermano Ignacio Javier, --en el mundo José Antonio Orbegozo Aizpuru-- con la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X 'el Sabio'.
Esta tarde a las 20:30 horas se celebra en el Monasterio de la Victoria, el acto inaugural entre otros de los muchos programados, para conmemorar los 50 años de la llegada de los Hermanos de La Salle a El Puerto de Santa María. Este tipo de realidades concretas no son posibles sin el esfuerzo y la aportación de una serie de personas, que confluyen en un momento concreto de la historia de los pueblos dándole empellones hacia adelante.
Una de esas personas fue José Antonio Orbegozo Aizpuru, el Hermano Ignacio Javier, natural de Azpeitia (Guipúzcoa). Nació el 5 de agosto de 1878 y falleció en Griñón (Madrid) el 16 de diciembre de 1968. Tenía 90 años de edad, de los cuales, 73 de vida religiosa en la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle.
A la edad de 16 años ingresa en el Noviciado Menor de la Casa de Formación que los Hermanos de La Salle tienen en Bujedo (Burgos). Ese mismo año toma el hábito y al siguiente, comienza sus estudios para graduarse como Maestro Nacional. (En la imagen de la izquierda, el Monasterio de Bujedo).
Es en 1912 cuando hace su primera incursión por tierras del sur, concretamente en la ciudad de Melilla. Y desde el año 1926 hasta finales de la década de los sesenta vuelca todo su esfuerzo en la provincia de Cádiz. Recorrió las Comunidades de Cádiz-Viña en dos ocasiones, logrando reconstruirlas tras ser reducidas a cenizas en 1936; San Fernando también en dos ocasiones; Jerez La Salle y Jerez Sagrado Corazón; Puerto Real y El Puerto de Santa María.
Resaltan los que le trataron que probablemente una de sus cualidades más sobresalientes fuera su total dedicación a la escuela. En su casi media lengua de vasco andaluzado solía decir: «--A mi entender, Hermano de las Escuelas Cristianas quiere decir que está para dar escuela y casi para nada más». Con esta máxima como referencia fija su cuartel de operaciones en las cercanías de El Puerto. Ya sea en Jerez, ya en Puerto Real, todos los días irá y volverá para estudiar aquella nueva fundación de la que había oído años atrás.
EL GERMEN DEL COLEGIO: DOÑA NATALIA.
Fue en 1911 cuando doña Natalia Pajares de Salgueiro, dejaba en su testamento, al morir, una cierta suma de dinero para la fundación de una escuela de carácter benéfico regentada por los Hermanos de las Escuelas Cristianas. El Hermano Seridón Isidoro, visitador de la Congregación, había estudiado el alcance de la manda testamentaria y estimándola insuficiente para abrir un centro de tres unidades al menos, espera a que otra oportunidad ofrezca posibilidades de llevar a efecto los deseos de la piadosa donante.
Fachada lateral y frontal del Colegio San Luis Gonzaga, cuyas aulas fueron ofrecidas por la orden a La Salle.
Esta dificultad parecía que iba a superarse cuando los Padres Jesuitas ofrecieron un inmueble para habitación de los Hermanos; aulas por tiempo ilimitado en su Colegio de San Luis Gonzaga, y una cierta cantidad para gastos de instalación y complemento de la pensión anual de cada religioso. Pero, antes de entrar en vigor este convenio se cerró el Colegio para convertirse en Noviciado y las cosas quedaron como en un principio.
CONDE DE OSBORNE.
Posteriormente el Conde de Osborne se adhirió al proyecto de doña Natalia y compró un terreno para construir el edificio; pero, aun así, no bastaba. Fue el Hermano Ignacio el encargado de llevar a buen término los deseos de doña Natalia Pajares. Visto el estado del proyecto y el alcance del mismo, él, que nunca fue partidario de hacer las cosas a medias, ni realizar planes pequeños sin perspectiva de futuro ambicioso, concibió la idea de interesar a otras personas para dar a la obra la importancia requerida para una ciudad como El Puerto de Santa María.
Con la experiencia de Cádiz, comenzó nuevamente a peregrinar de puerta en puerta exponiendo el sueño de la creación de un importante centro escolar donde los niños más necesitados de la población pudieran recibir cristiana y gratuita educación.
(En la imagen de la izquierda, el hermano Ignacio, con un encargado de obra, durante una de sus constantes visitas de seguimiento a las mismas).
TERCERA CONFUNDADORA: ISABEL MERELLO.
Pronto esta idea encontró acogida en Doña. Isabel Merello, Viuda de F. Terry, que prometía ayuda si las escuelas se edificaban cerca de sus bodegas, donde estaba la barriada más populosa y necesitada de la población. Puesta de acuerdo con el Conde de Osborne, ambos se convierten en cierto modo cofundadores con doña Natalia, primera inspiradora de la benéfica Institución. El Hermano Ignacio logró también que el Ayuntamiento considerase la obra como de gran interés para la ciudad comprometiéndose a colaborar en su realización. Se vende el terreno adquirido por el Conde y se compra otro mucho más extenso, cercano a las Bodegas Terry.
En primer término, Isabel Merello Vda. de Terry, el cardenal arzobispo de Sevilla, José María Bueno Monreal, el Hermano Ignacio Javier, Luis Portillo Ruiz alcalde de El Puerto y el Conde de Osborne, durante la inauguración oficial del centro el 15 de diciembre de 1963. (Foto Rafa).
En diciembre de 1958 comienzan las obras. El 10 de abril del año siguiente bendice la primera piedra el Cardenal de Sevilla, Dr. Bueno Monreal; y apenas año y medio después, el 16 de octubre de 1960, ya estaba dispuesto para entrar en funciones el edificio de 4 plantas, 17 aulas, salón de actos y demás dependencias y servicios que requiere un Grupo Escolar completo. Aquel día, el Hno. Ignacio debió entonar con inmenso gozo el ‘Nunc dimittis’ del anciano Simeón.
Las calles de la ciudad cien veces recorridas a sus 80 años saben mucho de sus andanzas y fatigas, prodigiosamente superadas merced a su tesón y a su fortaleza física. «--Hay que trabajar a la velocidad de la luz», repetía «que la urgencia de hacer el bien no admite demora». Sus últimos recuerdos de El Puerto se confunden con el rumor del estudio en las clases y la algazara de los niños en los patios de juego de su Colegio. Ya estamos celebrando los 50 años de su fundación. (Texto: Manolo Morillo).