Francisco Lobo Segura es un portuense nacido en la calle Santo Domingo en el año de 1960. Pertenece a una saga de carpinteros de la que él es la tercera generación en el mismo espacio físico: en la Calle Sierpes -ese pequeño callejón detrás del mercado, donde el tiempo parece haberse parado-. Paco es hijo y nieto de carpinteros o, por mejor decir, ebanistas y restauradores. Que de de eso se ha hecho y se hace en esta fábrica de oficio artesano, siendo especialistas en la restauración de muebles de caoba. Cruzando su umbral parece que entramos en otra época, otro siglo. Es nieto de Frasquito Lobo Montefalco e hijo de Francisco Lobo González, quienes, con sus tíos Rafael y Antonio fundaron una sociedad empresarial allá por 1950, año en el que la carpintería se trasladaba desde la calle Nevería, pegada al Freidor que había en la esquina con la calle Ganado, a su actual emplazamiento, justo donde estaba con anterioridad el Bar Canuto. La sociedad se llamaría luego Herederos de Francisco Lobo Montefalco y, desde 1984 en la que los distintos familiares se fueron desvinculando definitivamente de la misma, es una sociedad unipersonal a nombre de la tercera generación de Lobo en la calle Sierpes, de Francisco, orgulloso del trabajo de restauración del mueble de un gramófono de la marca “La Voz de Su Amo”.
“Cuando se arreglan sillas, es que no hay faena” es un dicho de su abuelo Frasquito que venía a resumir la filosofía de la carga de trabajo o la falta del mismo en el taller. Recuerda Paco que, cuando era un chinorri (*) se formaban, como hoy, unas tertulias extraordinarias a la hora de la copa de vino fino, improvisadas pero esperadas. Y recuerda de su abuelo un dicho que hoy él también practica: “En una carpintería está prohibido barrer y sentarse encima de los bancos”, es decir que si se barría o se sentaba uno sobre los bancos de trabajo era una mala señal, de falta de trabajo en el primer caso y ofrecer una imagen negativa, de improductividad, en el segundo. Paco nos confiesa que en la actualidad, cuando algún contertulio pretende sentarse sobre un banco de trabajo, el se resiste a no hacer cumplir con la tradición y le manda para abajo.
La calle Sierpes, en la década de los sesenta del siglo pasado. Como se puede observar en primer término a la izquierda, los puesos de verduras se encontraban adosados y al aire libre, con el toldo de protección plegado. A la derecha, la ristra de bares de la calle en aquellos años.
LA CALLE SIERPES
Manuel Sánchez -el padre del músico Manolo Sánchez Cerdá- colaborador habitual de la desaparecida revista Cruzados, escribía en junio de 1949, con el seudónimo de Zutanito: «En El Puerto como en Sevilla, y en un plausible afán de copiar lo bueno, tenemos también nuestra calle de las Sierpes. Más pequeña, menos amplia y decorada, pero movida y alegre como aquella de la antigua Híspalis, punto de reunión de tratantes, señoritos, toreros en desuso y disimulados vendedores de tabaco rubio. Una calle Sierpes del “géneroc chico”, pudiéramos decir. En ella encontramos de todo; desde los típicos churros, producto de la masa semigris, hasta las luminosas y decorativas ampliaciones fotográficas, pasando por las flores contrahechas, la hierbabuena, los panzudos cántaros lebrijanos, las sonrosadas arropías y ese “Cepu” de vía estrecha, que es el clásico baratillo. En tan poco espacio, no puede ni debe pedirse más. Si acaso un poquito de espacio para los transeúntes, que, entre los inevitables codazos, canastazos y pisotones, salen de ella bastante desmejorados. La Placilla, quizás sea un sitio muy a la mano y bastante a propósito, porque de esta forma, la calle Sierpes, con sus rifas, puestecillos y veladores de café, tendrá que unir a sus títulos de simpática, popular, alegre y bullidora, como su hermana mayor, la de Sevilla, el de intransitable”.
Como ya hemos señalado el taller de carpintería de Francisco Lobo se encuentra situado en el que fue el Bar Canuto; todavía se pueden ver en sus paredes los azulejos de aquel establecimiento e, incluso algunas piezas de hierro del antiguo bar. La actual propiedad del inmueble continúa en forma de letra “ele” hasta la calle Vicario, en lo que es el estanco situado frente a la panadería de Gómez de Requena. Quizás, debido a su estrechez, fuese en el S XVII el callejón de acceso al corral de las carnicerías, como entrada de mercancías y animales, dado que éstas se encontraban en el lugar que hoy ocupa La Casa de los Leones. Pero también se baraja la posibilidad de que en algún momento, el local de la carpintería fuera un callejón que conectara con la calle Santa María. Lo cierto es que al estar en la esquina de Sierpes con Vicario la Panadería Pública o Tahona, perteneciendo a la misma finca, posiblemente el callejón estuviera cerrado con rejas, desde las cuales se realizase el reparto del pan. Estas informaciones -a excepción de la continuidad de la calle Santa María- nos ha sido proporcionada por el historiador Miguel Ángel Caballero, del Centro de Patrimonio Histórico.
Pero volvamos a Sierpes. En la esquina con Vicario, en la que fue la Tahona Pública, que luego sería -en el último cuarto del siglo XIX- la fábrica de Licores de Benigno González de Quevedo y que ya en el siglo XX se encontraba el almacén de Ultramarinos de Eloy Fernández Moro, existe hoy una tienda de electrónica regentada por su hijo Manuel Fernández Lobo, sin parentesco que sepamos, con los Lobo de la carpintería. A continuación se encontraba, en un reducidísimo local, el taller de relojería de Suano, allá por los setenta; la accesoria está vacía actualmente. Continuamos con la carpintería Lobo, que aparece en la fotografía anterior, en una visión desde dentro afuera: enfrente la pared recta del Mercado de Abastos.
El Bar Milindri, en la década de 1950, contemporáneo en sus inicios de la Carpintería Lobo. Manuel e Ignacio Simón, los primeros a la izquierda. (Fotografía del libro 'Tabernas y Bares con Solera' de Enrique Pérez Fernández).
Luego viene la joyería, donde en tiempos había un taller de costuras regentado por una portuguesa. A continuación se encontraba, en lo que ha sido hasta hace escasas fechas la Ferretería “La Plaza” el Bar Milindri, famoso, peculiar y conocidísimo establecimiento en el que habían existido diferentes tiendas de bebidas desded el siglo XIX y que cerró a principio de los setenta del siglo pasado, cuando lo regentaba José Luis González Obregón. El actual bar “El Rocío” ha tenido varios propietarios y nombres, pero el que mas nos llama la atención es el de “La Tienda de en Medio” por encontrarse situado entre el Milindri y El Alba éste último, en la actualidad, reconvertido en una tienda de ropa. La escalera de acceso a la vivienda de D. Buenaventura, es el intermedio para la esquina Bar Vicente. Así, regentado por una misma familia y dedicado a la misma actividad, podemos decir que la Carpintería Ebanistería Lobo, es el establecimiento más antiguo dedicado a la misma actividad, junto con el Bar Vicente ya que su actual propietario, Vicente Sordo, se hizo cargo de Los Pepes, igualmente, en 1950, hace 59 años. Un buen mano a mano, casi de punta a punta, para esta pequeña, bulliciosa, concurrida y hostelera calle Sierpes.