Cuenta la leyenda que ya estaban en el lugar de los hechos cuando Alfonso X conquistó la ciudad a los vecinos del norte del Magreb (entonces, los moros). Que vaticinaron que Santa María del Puerto terminaría siendo un hospital. Fuentes bien informadas se atreven incluso a afirmar que, en el repartimiento de tierras, alguno advirtió, al mismísimo Rey, de los problemas que en un futuro podrían traer las EMAs no consolidadas. Los investigadores más atrevidos defienden hipótesis difícilmente creíbles. Valga como ejemplo este adefesio histórico: la Carta Puebla fue entregada a nuestros protagonistas tras derrotar las tropas cristianas al último Morillo, de nombre Manolo, justo enfrente de la papelería Cortés, en plena calle Luna. Amanece sobre El Puerto y que salga el sol apostólico y romano por donde quiera, dicen que fueron las últimas palabras del Morillo Manolo. (Ilustración: Estatua sobre pedestal de Alfonso X, 'el Sabio', frente al Resbaladero).
Ustedes se estarán preguntando, con razón, quienes son "ellos", nuestros protagonistas. Me refiero a una cuadrilla de periodistas iletrados, fácilmente sobornables, que ejercían el oficio de contar lo que pasaba en las calles portuenses a cambio de un cigarrito del carrillo Severo, una chiquita en La Burra, un café en Los Pepes, o, simplemente, la voluntad. Siempre al filo de la noticia y las aceras, es verdad que difundían rumores que rara vez se confirmaban.
Taberna 'La Burra'. (Foto: Fito Carreto. Colección J.M.M.)
Que, como la mayoría de los políticos locales, hablaban un idioma ininteligible. Que sus ademanes tan poco versallescos y el empeño obsesivo por ajustar el paso a los demás, invitaban casi siempre a guardar las distancias. Pero eran los reporteros más dicharacheros del barrio viejo, y transitaban por las calles como una chirigota de desheredados, como personajes en busca de un autor que encontraron en el maestro Muñoz Cuenca su glosador más agradecido. (Foto: Muñoz Cuenca)
Hablo del Tonino, la ilusión pero también la bronca de todos los días, terror de electricistas y albañiles, trabajadores que se encomendaban a la Virgen de los Milagros cuando, desde las alturas, sentían que la escalera empezaba a bailar al ritmo del bastón de esa lengua viperina tan poco dotada para la diplomacia. (Foto: Tonino. Colección Miguel Sánchez Lobato).
Habló del Chamaco, que tenía la voz de la niña del exorcista, bebedor insaciable, mitad marinero en tierra, mitad pirata berberisco, con camarote permanente en la antigua lonja, donde dormía rodeado de gaviotas y de gatos. O del Baba, discípulo aventajado de Kung Fú, que soportaba estoicamente callos y durezas, con tal de no someter a sus pies a esa cárcel angustiosa que son los zapatos. Su andar, deslavazado y torpe, no le impedía transitar cómodamente por la vida, y él era feliz palpando el suelo sin intermediarios.
Recuerdo también a la Tía Tula, la mejor degustadora de caldos de la tierra. A La India, siempre dispuesta al combate dialéctico, con aquel viejo bastón pintado con los colores de la bandera española. Al Guarigua y a sus "cemitas" que sabían a gloria. A Romualdo, piropeador incansable de vecinas de todas las edades. Quedan muchos periodistas populares perdidos por las calles del centro de mi infancia. Seres entrañables, libres, marginales, que yo observaba con temor y extrañeza cuando aparecían, entre el regocijo general, por cualquier esquina. (Foto: Romualdo. Colección M.S.L.)
Han pasado 725 años, los siglos se nos han ido volando, las calles ya no son de chinos y ya no hay cartas pueblas, sino emails y planetas virtuales. La familia Medinaceli terminó echa un Cristo. Colón, el hombre blanco, anunciando detergentes. Juan de la Cosa montó un bareto en su propia calle, en el que, dicen, se conspira a jornada completa. Entre los 100.000 hijos de San Luis Gonzaga hubo un poeta-profeta que ya habló de arboledas perdidas (el Peral de Isaac, por ejemplo, lo talaron una noche mientras Clavero daba clases). Los del Carmen dejaron las sevillanas y fundaron La Borriquita. Manolete, disfrazado de Adrián Brody, toreó por fin en El Puerto. El Lute estudió Derecho, que es muy bueno para la espalda. Los marineros están todos en tierra. Franco montó una inmobiliaria y un hogar en Caldevilla. Los Sanluqueños siguen haciendo dulces y, ahora, casas muy baratas. El Nuevo Portuense, además de jugar bien al fútbol, pone unas tapas para chuparse los dedos. El Formidable cambió las banderillas por las confecciones. Tenemos mucho teatro pero nos achicharraron el Principal. Las Memorias del Adriano hablan de un barquito que no es competitivo, como si fuera el coche de Fernando Alonso. La Navidad con Amor sobrevive gracias a unos Reyes Magos que descubrimos que no eran los padres, sino Pepe Cerrato. El pasado, como ven, no se ha ido. Ni tan siquiera está pasado. Y nuestros protagonistas, sólo hay que saber mirar, siguen deambulando, -un cigarrito, una chiquita, un café, la voluntad-, por las calles de siempre. Al menos, eso cuenta la leyenda. (Ilustraciones: La India y El Lute).
Pepe Mendoza.
www.pepemendoza.blogia.com
Artículo leído en la Cátedra Alfonso X 'el Sabio' de El Puerto de Santa María, el 15-12-2006, con motivo de la presentación del especial de Diario de Cádiz, dedicado al 755 Aniversario de la fundación de El Puerto de Santa María.