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Boina y bastón. Antonio Rodríguez Bruqué, Tonino (1925-1993), nació en Utrera (Sevilla) pero ejerció su profesión de vendedor de los números “de los ciegos” (ONCE) en El Puerto, entre 1956 y 1990, año en el que se jubiló.

Beret and walking stick. Antonio Rodríguez Bruqué, Tonino (1925-1993), was born in Utrera (Seville) but he worked in El Puerto selling ONCE (Spanish National Association for the Blind) lottery tickets between 1956 and 1990, when he retired.

Tenía un hermano que vivió, creció y murió en Francia y con el que no tuvo relaciones ya de mayor. Aquí vivía su abuela Consuelo, que tenía un almacén en la calle Santo Domingo, esquina y vuelta con San Bartolomé, donde hoy se encuentra la tienda de Bricopinturas. Estuvo acogido en el antiguo Hospital de San Juan de Dios. A su cierre, Ángeles Pérez Peral, su administradora, le buscó alojamiento y quien le atendiera; fue con su cuidadora, la mujer que le había asisitido en su casa con quien luego contraería matrimonio, en mayo de 1993, falleciendo el 22 de agosto de ese mismo año en la casa en la que vivían ambos, en la calle Larga, junto al Bar Manolo. La ceguera le vino de chico, en su Utrera natal: jugando con una granada mientras cuidaba vacas que, al explosionar, le amputó parte de un brazo y le afectó a un ojo dejándolo tuerto. Ya en El Puerto así ‘veía’ el fútbol en el anterior campo del Rácing, denominado Eduardo Dato (donde hoy están los  pisos verdes frente a la actual Comisaría de Policía); se situaba junto a la entrada de los vestuarios y a los árbitros los ponía a parir de insultos.

Como tenía defectuosa la visión, hasta perderla definitivamente,  algunos pícaros jóvenes y no tanto de aquella época le relataban los errores -o supuestos errores- del árbitro y aquello no era boca; algunas veces era mentira y solo lo hacían por “escucharlo”. Esa era una constante de un Tonino bastante primario, al que los niños y jóvenes picaban para hacerlo oir: insultos, bastonazos contra coche si estaba mal aparcado dificultando el paso por la acera, incluso  dando bastonazos a quien se le pusiera de por medio, exabruptos,… Tonino era temible si se le insultaba o jaleaba de forma equívoca y él se daba cuenta. Pero también “pedía guerra”,  pues no estaba contento como no se metieran con él: cuando pasaba por delante del Bar Central, en la confluencia de las calles Luna y Larga, era él el que se dirigía a la pandilla de cachondos que allí se reunían, y que lo solían fustigar a su paso, preguntando: “pero… ¿hoy no me vais a decir ná?”.

Otro paradero de Tonino era el Bar La Perdiz, entre Larga y Ganado, donde era acogido por los contertulios que allí departían. Aunque para tertulias como aquellas, mejor que no se hubiese dejado querer: eran crueles con nuestro personaje, llegando incluso a quemarlo con colillas y otras vejaciones e indignidades. Por eso, quien lo buscaba, lo encontraba. Existe una leyenda urbana de nuestro personaje que no es cierta y que aquí desmentimos: cuentan que  había sido fusilado en el bando republicano, cayendo al foso y encima de él unos cuantos mas, dándose le por muerto; cuando pasó un rato y al no oír voces salió de la fosa. Su viuda, la mujer que le cuidó hasta el final de sus días, afirma que mientras su cuerpo haga sombra, no permitirá que se ofenda la memoria de Tonino. (La fotografía  a color es de 1987 y pertenece a la colección de Vicente González Lechuga. La fotografía en B/N pertenece a la Colección de Miguel Sánchez Lobato).

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