"La fuente de todo delito se encuentra en algún defecto del entendimiento, en algún error del raciocinio o en algún impulso repentino de las pasiones." Thomas Hobbes.
Desde que Pedro Pacheco, exalcalde de Jerez, pronunciara la frase que le hizo famoso: ‘la justicia es un cachondeo’, ha llovido. Ha llovido y parece que pocas cosas han cambiado en cuanto a administrar la justicia se refiere: escaso aumento de medios, algunas leyes nuevas, juicios rápidos, el jurado y… poco más. El modelo europeo de justicia que nos otorgamos con la Constitución de 1978, con la separación de poderes; el sometimiento a la Constitución, que no es sino lo que los jueces dicen que es; el desconcertante nombramiento de determinados altos jueces pactado por los partidos en el Parlamento; el oficio auxiliar que prestan las administraciones central y autonómica, cada una de una manera; el concepto tan particular que cada juez tiene a la hora de administrar la justicia, ya sea como poder o servicio, forman un complicado entramado que un ciudadano de a pié no logra entender, pero que, como en todo, quien es hábil es rápido a la hora de sacar beneficios, mientras el común de los mortales se pierde en este piélago que es la justicia. Y el lector avisado, sabrá entenderme. Quizás el ‘poco más’, el avance al que me refería más arriba no sea tan poco, si nos estamos refiriendo a la aparición de algunos jueces que, en cuanto se aprestan a ponerle el cascabel al gato – a cumplir con su obligación- se les etiqueta como ‘jueces estrella’. El apelativo, descalificador, por quienes lo utilizan -¿envidias, celos, exintocables?- viene dado por el altavoz que suponen los medios de comunicación, cuando dan publicidad a las causas que instruyen estos magistrados, pero lo cierto es que no los usan. En nuestra Ciudad, tenemos la suerte de tener en los juzgados a un magistrado al que, algunos, califican como ‘juez estrella’ o ‘el Garzón de El Puerto’: Miguel Ángel López Marchena. Y es que el juez del número 3 se mete hasta en los charcos; no deja pasar una; no se quita de en medio complicadas competencias derivándolas a terceros; le preocupa su trabajo y, al parecer, tiene muy claro que su cometido es un servicio público con una fuerte trascendencia social, más que un poder distante y lejano. Ahí está, instruyendo casos de narcotráfico de gran calado, jugándose el tipo, defendiendo los derechos de todos, y persiguiendo la droga desde El Puerto a la provincia. Con dos cojones. Y es que este juez, que posee como todos un inmenso poder, a pesar de eso no deja de invocar a la justicia con sus, socialmente comprometidos, procedimientos.
En la fotografía Miguel Ángel López Marchena, un juez cercano, en un bar de la Avda. Micaela Aramburu este verano. Marchena ha renunciado a seguir el camino de tantos y tantos jueces que tenían a El Puerto como un lugar de paso, y se ha establecido aquí desde hace años, llegando a ser el Juez Decano de la Ciudad. Aunque nacido en Córdoba, es otro portuense de adopción que entiende que se es de donde se pace y no de donde se nace.
Shown in the photograph is Miguel Ángel López Marchena, a very approachable judge, in a bar on Avda. Micaela Aramburu this summer. Marchena has opted not to follow in the footsteps of many other judges who used El Puerto as their playground; he settled here years ago, becoming El Puerto’s Senior Judge. Although he was born Cordoba, he’s another adopted portuense who understands that it’s not where you come from that counts, but where you settle down.