Rafael Alberti retratado en 1985 por Alberto Schommer.
A Rafael Alberti, no lo conocí ni por ser escritor, ni por pintor, ni por poeta. Yo soy autodidacta. A Rafael, lo conocí por militar en el Partido Comunista. Hubo un Comité Central, creo que fue en Málaga, en el que a alguien se le ocurrió que Rafael podía ser diputado por la provincia de Cádiz y, como dijo Paco Rabal en televisión, en El Puerto, en aquel momento, el único comunista que tenía teléfono era yo. Y yo llamé a Roma. Ahí empecé a conocerle. Al teléfono, se ponía María Teresa, o se ponía Rafael.
María Teresa León.
Yo creo que María Teresa León tenía algunas lagunas fruto del alzheimer porque me preguntaba lo mismo varias veces, pero Rafael me remitió una carta escrita a máquina, que conservo, en la que enviaba la primera misiva al pueblo gaditano: “Andaluces, coquineros...”. Y me mandó una fotografía, que precisamente le había hecho Beatriz Amposta. Él siempre tuvo a su lado una mujer. Pero yo creo que a María Teresa no se le ha hecho justicia, ni como escritora, ni como mujer, ni como comunista. Su obra es extensísima, no sólo por Memoria de la melancolía o por la biografía de Cervantes, El soldado que nos enseñó a hablar. Escribió, incluso, libros de cocina. Ni Rafael Alberti ni María Teresa León soñaron con que se creara una Fundación propiamente dicha. Pero ambos querían que su obra quedase en un sitio donde la gente pudiese admirar su obra y la entrada fuese libre y gratuita.
Con su sobrino, el periodista Agustín Merello del Cuvillo, en el tren que lo trajo a El Puerto.
Regreso a El Puerto.
Rafael volvió, por primera vez, a El Puerto de Santa María con el periodista Agustín Merello, que era su sobrino, y con dos guardaespaldas que le buscó el Partido, José Revuelta Perea y José Serrano. Y, en el hotel El Caballo, preguntó quién era Carmelo Ciria, con quien había hablado por teléfono. Desde entonces, fuimos amigos. Escribió en La Arboleda Perdida, que le pedía a sus amigos de El Puerto, especialmente a Carmelo Ciria, comunista y fotógrafo, que le buscase una casa desde donde pudiera divisar el mar. Él tenía una gran añoranza por El Puerto.
El reloj de la Prioral, arriba a la izquierda, en una imagen tomada a principios del siglo XX.
El reloj y el alcalde relojero.
Cuando Rafael Gómez Ojeda era alcalde, empezó a venir con frecuencia. Con el tiempo, cuando fue elegido Hernán Díaz, por Independientes Portuenses, yo le expliqué que era un relojero y, por ello, Rafael quería que arreglase el reloj que hay en la Plaza de la Iglesia, porque era su camino de la niñez; cuando él vivía en la calle Palacio, cruzaba por allí para coger la calle Santa Lucía y dirigirse al colegio de los Jesuitas. Y aquel reloj le servía de referencia para llegar a tiempo. Que el alcalde, que fue relojero –terminó pidiendo Alberti–, arregle el reloj de la Plaza de la Iglesia, porque no quiero seguir llegando tarde al colegio. ¡Que un hombre que 90 años dijera aquello, me parece precioso!
Mitin de Rafael Alberti en Madrid. Año 1977.
Mítines en verso.
En la campaña electoral de 1977, le seguí como fotógrafo. Primeramente, yo le llevaba al pueblo donde tenía un mitin y él se enteraba en la plaza de abastos y en los sitios donde se reunía la gente, sobre cuál era la renta per cápita, los problemas más acuciantes que el pueblo tenía, y eso lo pasaba luego al verso. Era un poeta que hacía los mitines en verso, nunca arengó a las masas, como refleja el libro Alberti tal cual, de Gonzalo Sansegundo, periodista de Diario 16. A él le gustaba Alcalá de los Gazules, porque decía que el nombre ya era maravilloso.
Alberti, con La Pasionaria al brazo, descendiendo las escaleras del hemiciclo en las Cortes.
El Congreso de los Diputados.
Luego, cuando llegó al Congreso, él me contaba que Dolores Ibarruri, la Pasionaria, se dormía en las sesiones. Y cuando había que votar, sacaba de prisa la papeleta y él le decía, no, Dolores, no, que ese es el recibo de la luz. Y él, tampoco le gustaba. Quería ser un poeta en la calle, así que le cedió el escaño a Paco Cabral, uno de los comunistas más puros que había en la provincia de Cádiz, aunque luego tomó otros derroteros como libremente decidió. En el traspaso del acta de diputado, conocí a Aitana, su hija. Vino Aitana y María Teresa Sánchez Alberti. Al salir de una bodega en Trebujena, me hizo mucha gracia que Rafael dijera: “Entrego la llave de los poderes a Francisco Cabral Oliveros”. Y yo me imaginaba al Congreso de los Diputados con la cantidad de burros que ellos llevaban detrás, sin darse cuenta de semejante cortejo.
Julio Anguita.
Años después, Julio Anguita no conocía a Rafael y me pidió que se lo presentara. Siendo un comunista muy atípico, Alberti no se preocupaba mucho de la vida del partido, pero se interesaba siempre por todos los acontecimientos que ocurrían y cada mañana me preguntaba cómo está la cosa, qué ha pasado...Sin embargo, cuando el partido le pedía algo era muy disciplinado, siempre se ponía a sus órdenes.
En la playa de La Colorá.
Yo temía escribirle una carta a Rafael, me daba pudor por miedo a la redacción, cuando tenía que haber escrito lo que me salía del corazón. En los últimos tiempos, quise comprar una grabadora porque me decía unas cosas preciosas.
La playa de La Colorá, a finales de la década de los setenta del siglo pasado. /Foto: Mata.
Yo le llevaba a la playa de La Colorá y me pedía que guardara silencio porque quería escuchar la música del mar, que decía que era la sinfonía más perfecta. Recitaba un poema de Lope de Vega como haría Horacio, aquel poeta clásico que declamaba mirando al mar para eliminar su tartamudez. Aquel poema hablaba de conchas guardándole la espalda, la ponía en su frente como guirnaldas. Y me decía: “--Lope tuvo que escribir eso aquí, en la Bahía”.
–Si, Rafael, fue aquí, porque yo se lo grabé.
–Carmelorum, que bestia eres.
El me decía Carmelorum. Y yo, le llamaba Rafaelorum, aunque María Asunción nos sugirió que no lo hiciéramos, porque pudiera parecer una falta de respeto al poeta.
El matrimonio Alberti-Mateo, en su casa de Las Viñas. /Foto: Pablo Juliá.
María Asunción Mateo.
María Asunción Mateo fue la última mujer que llegó a la vida de Rafael Alberti. Pidió permiso para sentarse en una reunión con Luis García Montero y Benjamín Prados. Y se quedó para siempre. Pero Rafael siempre necesitó a su lado una mujer de las características que ella tuvo. Fuerte. Porque Rafael administrativamente era una calamidad. Se le ponía delante billetes en curso y no los reconocía, no sabía el valor que tenían. Un día, Luis Muñoz, Benjamín Prados y demás, haciéndole limpieza en su casa, se encontraron un cheque por valor de varios millones de pesetas en la papelera.
El rey Juan Carlos, acompañado de la reina Sofía, entrega al poeta Rafael Alberti el diploma del Premio de Literatura en lengua castellana “Miguel de Cervantes”, durante un solemne acto celebrado en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, el 23 de abril de 1984. /Foto: Ángel Millán – Manuel Hernández de León.
Premio Cervantes.
Cuando Hacienda, descaradamente, se lleva el importe íntegro del Premio Cervantes porque no había pagado los impuestos nunca, me decía: “--Carmelo, creo que encima me van a echar una multa”. ¡Una multa! Te van a crujir. María Asunción Mateo también ha puesto orden en la vida de Rafael, de alguna manera, porque si no, Rafael lo regalaba todo, lo daba todo. Cuando llega la donación, con todos los ríos de tinta que se han vertido sobre aquello, un día le digo cuántas cosas bonitas tienes por aquí. Y me dice, sí, llévate lo que quieras. María Asunción terció: “--Pero, ¿cómo se va a llevar lo que quiera? Menos mal que estás hablando con Carmelo”.
Con su sobrino, el desaparecido Rafael Merello.
Hola y Adiós.
Eso lo hacía con todo el mundo y la verdad es que hubo quien se aprovechó de su generosidad. Le daba igual que fuese una litografía de Picasso, retocada por el propio pintor sobre el original. No era nada mezquino, lo daba todo. Estaba recubierto de una acritud que no le correspondía con su verdadero carácter. Tenía un enorme parecido con su familia, ese gesto un tanto agrio, cierta actitud que le llevaba a soltarle a determinadas personas que se acercaran “--Hola y adiós”.
Templanza venerable.
Pero en sus últimos años, adquirió una templanza venerable, muy al contrario de como yo le conocí. Una vez, en Cádiz, nos tiraron un petardo a los pies. Rafael se asustó mucho y yo me acojoné. Al día siguiente, estábamos tomando café en Chipiona y, a unos metros, se paró un señor que nos miraba fijamente y no se quitaba. Yo me asusté, porque tenía miedo a que ocurriese algo. Pero aquel hombre se acercó, le cogió la cara entre las manos, le hizo un bocadillo con ellas y le dijo: “--¡Me cago en tos tus muertos, qué bonito eres!”. Y dice Rafael: “--Eso es lo más bonito que me han dicho en la vida”.
Rota y la bandera republicana.
Lo primero que él quería ver era Rota, por su poema Rota Oriental Spain y porque estuvo con María Teresa León cuando se alza la República y las mujeres de allí, igual que en la película Novecento, sacaron una bandera republicana que tenían guardada. Era un día de sol tremendo. Recuerdo cuando me lo contó, que al verla ondear le parecía una llama, al ver el color amarillo, mezclándose con el rojo y el morado. En su poema, dice “que es Rota la marinera,/ quien levanta la primera/ llama de la libertad”. Pues, cuando le llevo a Rota junto a su segunda esposa y empezamos a ver los rótulos de los bares: Crazy Cat, Torero House, exclamó “--¡qué es esto!” Se llevó una desilusión tremenda al comprobar que no era la Rota que había conocido. Le llevé al puerto pesquero, que todavía no había sido restaurado. Yo no creo en la casualidad, sino en la causalidad. Allí, había escrita una pintada providencial que ponía, precisamente “que es Rota la marinera,/ quien levanta la primera/ llama de la libertad”. Se entusiasmó y nos hicimos todos una foto allí mismo.
La Arboleda Perdida.
Siempre pasábamos por la Arboleda Perdida, aunque él siempre le llamaba el Bosque Inesperado. La ubicación de la Arboleda Perdida, en realidad, por el camino de Mazantini, él no lo recordaba con exactitud y, en El Puerto, siempre nos hemos inventado una cantidad tremenda de arboledas perdidas, desde que Rafael Alberti nos habló de ella. Donde había árboles, allí estaba La Arboleda Perdida. El Bosque Inesperado, en cambio, conozco donde estaba ubicado exactamente: era el de las dunas de San Antón. /Texto: Carmelo Ciria.
Muy interesante nótula dedicada a nuestro poeta, por Carmelo Ciria. Pero me gustaría hacer una aclaración, y refrescarle la memoria a nuestro amigo Carmelo. El teléfono y la dirección de Rafael en Roma se la facilité yo.
Hemos de remontarnos al verano de 1976, cuando en mi visita a El Puerto, yo residía entonces en Barcelona, y al pasar por la Librería Alberti, en la calle Alquiladores, le mostré a su propietario, mi amigo Pepe, las fotos de mi primer viaje a Roma a visitar a Rafael Alberti. Él se mostró entusiasmado y me pidió si se las podía ceder para exponer, en mayor tamaño, en la caseta que estaba preparando para una Feria del Libro, que se iba a organizar en la Plaza del Polvorista. Lógicamente, le dije que si. El problema era como hacer esas ampliaciones. Por aquel entonces nombrar a Alberti en El Puerto levantaba muchos recelos…
Pepe me sugirió entonces que hablásemos con Carmelo Ciria, que era fotógrafo aficionado y disponía de laboratorio fotográfico en su propia casa. Y así lo hicimos. Nos dirigimos a su negocio, un pub de nombre “Ícaros”, en la calle Caldevilla, esquina Albareda. Y después de esperar a la hora del cierre, a altas horas de la madrugada, nos dirigimos a casa de Carmelo, en la calle Chanca. El trabajo de revelado y ampliación nos llevó hasta el amanecer. Suerte que estuvo aliviado por una estupenda tortilla a la española, que nos preparó Lourdes Roselló, la mujer de Carmelo. Con las copias hechas nos dirigimos a la plaza del Polvorista para exponer las fotos en la caseta de la Librería. Carmelo me pidió hacerse otras copias para él, para su colección particular.
Mientras colocábamos las fotos, tuvimos la visita de algunos integrantes de los Guerrilleros de Cristo Rey, alguno de ellos de una conocida familia falangista portuense, que amenazaron con romper las fotos o quemarlas. Como les plantamos cara afortunadamente no paso nada.
Carmelo, Pepe y yo seguimos manteniendo contacto, en las tertulias en la Librería y por teléfono. Y, cuando el Partido Comunista decidió presentar la candidatura de Rafael, para encabezar la lista al Congreso de los Diputados en la elecciones de 1977, Carmelo me solicitó el teléfono y la dirección de Rafael, para ponerse en contacto con él.
Pepe Gutiérrez Ponce “Pepito Alberti” puede confirmar lo comentado aquí.