Hubo una vez en El Puerto de Santa María un personaje extravagante y muy querido de los portuenses, que urdió una batalla por las esencias patrias al más puro estilo del tamborilero del Bruch. Posiblemente, todo fue tramado en la cabeza de Alfredo Botello (ver nótula núm. 1.170 en GdP), que así se llamaba el protopatriota localista de El Puerto, mientras miraba con fijeza, aherrojado a la barra del bar La Perdiz, una copa de fino: algo de Osborne, por supuesto, nada de González Byass, Alvear u otras marcas extranjerizantes de más allá de los cerros que separan la vista entre la vecina Jerez y El Puerto.
Harto de que todo el mundo considerara en el código no escrito del raca-raca de la calle a Valdelagrana como la playa de Jerez, el bueno de Alfredo, bala perdida, hijo de un médico portuense, se dirigió al Ayuntamiento jerezano para echar una instancia, imagino que en papel de pago del Estado con sus pólizas de huérfanos y minusválidos, solicitando licencia para instalar un tenderete en Valdelagrana.
Cuando expuso lo que pretendía ante el funcionario del Consistorio jerezano, éste le informó de que para tal asunto debía dirigirse al Ayuntamiento de El Puerto, ya que era a quien pertenecía dicha playa: «--¡Hombre, eso es lo que yo quería escuchar, ya era hora: a uno de Jerez diciendo que Valdelagrana pertenece a El Puerto!». Marchóse y no hubo nada... pero volvió Botello con la sagrada bandera de la honra lavada y el patriotismo local vengado e intacto.
En el tiempo de la imagen aquí arriba, julio de 1971, Valdelagrana era, como puede verse, un paraje agreste tan alejado que no resultaba difícil arrebatarlo. De no haber sido los jerezanos, lo hubieran hecho poco después, en pleno afán desarrollista, gaditanos, sevillanos o madrileños. A comienzos de los 60, con Luis Portillo como alcalde, se construye el Hotel Meliá-Caballo Blanco, auténtico pionero en el Coto de la Isleta que siglos atrás había pertenecido, como el resto de la villa, a la Casa Ducal de Medinaceli. En la fecha de la imagen, Fernando Terry Galarza ocupaba la Alcaldía y bajo su mandato se inició la gran expansión.
Ya había, eso sí, algunos autobuses que te llevaban hasta este apartado lugar desde la estación de trenes junto a la cárcel-monasterio de la que por esas fechas, barriendo, barriendo, se escapó El Lute (ver nótula núm. 2.055 en GdP). Quizás pervivía incluso la lancha que te acercaba para echar la jornada en la playa.
Y siempre quedaba otra opción, la de hacer auto-stop, tan de moda en esta época de discos-regalo Fundador a 45 rpm que empezaban con la cancioncilla del «Está como nunca» y con el rostro en la funda de una modelo inglesa de ojos muy azules y pelo negro, cuyo nombre, si no me falla la memoria, era el de Patti Smith... «Es cosa de hombres». /En la imagen, portada del libro de Vicente Fernández de Bobadilla, con una vista parcial del Toro de Osborne, “Es cosa de hombres”, un análisis del machismo en la publicidad española entre 1939 y 1975. Divertido, interesante, asombroso: “Marido alcoholizado, matrimonio feliz; tu procura que nunca le falte su copita de Soberano cuando vuelve al hogar” (págs. 160-161).
Difícil saber desde dónde disparó el fotógrafo la placa, ya que aún no habían comenzado las obras del Hotel Puerto Bahía, edificio que inauguró la construcción de los bloques en primera línea de playa.
Ese mismo año de la década de los 70, Andrés Gago, cuñado del torero Manolo Vázquez, adquirió la parcela para levantar el citado hotel que más tarde, andando el tiempo, explotaría societariamente con el marido de la que fuera alcaldesa de Cádiz, Teófila Martínez. Pero en la imagen, la infraestructura es apenas una línea de chamizos, casetas de baño y chiringitos de temporada.
El hotel Puertobahía y los primeros apartamentos de Valdelagrana ya construidos, con el hipódromo a la derecha.
En esta época, en los terrenos desecados de marisma que se extienden con aspecto de tundra hasta Matagorda y los confines de Puerto Real, se celebraban en verano carreras de caballos en un hipódromo municipal situado a la izquierda de la imagen, a la espalda de lo que hoy es el bar Puerto Madrid y, sobre la playa, con la bajamar, signos de los nuevos tiempos, tenían lugar carreras de motos autorizadas.
Hoy, todo es diferente, todo ha cambiado, para, como dijo Lampedusa y habría corroborado Botello, que todo siga igual. Es decir, para que Valdelagrana siga siendo una de las playas portuenses más hermosas de nuestro litoral. /Texto: José María Arenzana.