Luce el sol en el ecuador de este enero mientras trepamos con esfuerzo por la empinada cuesta. Pensativo desayunaba, y a través del ventanal de mi cocina, observo unos gorriones bebiendo en los restos remansados del rocío matinal; picoteaban sobre el agua y levantaban la cabeza al cielo; los no creyentes dirán que es para facilitar el tránsito traqueal, yo soy creyente y pienso que lo hacen para dar gracias a Dios por el regalo del agua, del alimento, de la vida. Allá cada cual con sus creencias.
Desde hace más de cuarenta años, en El Puerto de Santa María y en los soportales de la Ribera del Río, por los aledaños del Bar ‘el Manga’, existían dos o tres tenderetes donde se vendía “carná”, es decir, cebos para los pescadores de caña. Con la venta ¿vivían? varias familias, entre ellas ‘el Ranito’ y José Luis ‘el Jorobaíto’, ya desaparecidos, y siguieron ‘el Cala’, ‘el Nene’, ‘el Moje’ y Francisco Rodriguez Palacios, el último de aquellos gorriones que buscaban entre médanos y rocas de las bajas mareas, esa “carná” que luego vendían.
Hace unos años que desaparecieron los tenderetes de los soportales, por razones que no vienen al caso, y solo quedaron dos: uno situado en el aparcamiento de Pozos Dulces, y otro en una de las aceras del Parque de la Victoria, frente a la Estación de RENFE. En este punto permanece Francisco Rodríguez Palacios, Paco. En los últimos siete u ocho años, paso ante él todos los días cuatro veces y ahí está, imperturbable, llueva, haga frío o lo zarandee el Levante inmisericorde, que por esa zona sopla sin barreras arquitectónicas que lo atenúen. Solo se toca con un sombrero tirolés que protege su amplia calva. Es un personaje que hubiese sido digno de los pinceles de Manet, Cezanne o Toulouse Lautrec.
He recordado mi visión mañanera de los gorriones, y no he resistido la tentación de disfrutar unos minutos de charla con Paco, con el que nunca antes he cruzado palabra alguna. «--Buenos días», --le digo-- al tiempo que me siento en el poyete de la verja del Parque, y me presento. «--¿Y qué desea usted?». «--Simplemente hablar contigo unos momentos». «--¡Pues pregunta lo que quieras, pisscha!». De inmediato se levanta, me cede el sillón de plástico sobre el que está sentado, cruza la carretera para traer otro del bar de la Estación y lo coloca a mi lado. Acariciados por los veintitrés grados y los cálidos y untuosos rayos de sol de esta preciosa mañana, va desgranándome toda la información que antecede.
Mientras habla, lo observo; tiene 59 años, su aspecto es saludable; sobre una tez morena constantemente agredida por las inclemencias del tiempo, no surca ni una sola arruga y sí, unos hermosos ojos verdes. Está casado y tiene dos hijos: una, maestra, aunque trabaja en un laboratorio, el otro, también con estudios, forma parte de la legión de parados que asola nuestra provincia. Poco a poco, va alternando la charla con la atención a los clientes que de vez en cuando se detienen para comprar muergos, albiñocas o cangrejos. Algunos le dejan hasta propina cuando les orienta sobre la mejor zona para pescar; a otros, débiles económicos, les cobra menos o no les cobra. Todos lo tratan con la familiaridad de clientes fidelizados. Es un hombre educado, agradable y servicial. Cotiza como autónomo y paga su licencia por ocupar un metro cuadrado en la vía pública.
Media hora de confraternización, me inducen al convencimiento de haber encontrado un hombre que solo contando con la mar, la tierra y el cielo, suele levantar hacia él la vista tras tomarse un café, y que mientras para unos será tránsito traqueal, para otros, como los gorriones, una forma de dar gracias, o al menos a mi, eso me parece. (Texto: Alberto Boutellier).
LA ALBIÑOCA
La albiñoca (Diopatra Neapolitana) ‘mañoclas’, también conocida con los nombres de gusana de tubo o de ‘cantúo’, es uno de nuestros anélidos autóctonos más abundantes. Propio de las zonas de marisma y de las áreas de estuario, este gusano se encuentra ampliamente representado en las costas cantábricas y atlánticas de la Península, donde suele recolectarse de forma artesanal en las jornadas de mareas vivas, coincidiendo, lógicamente, con el periodo de bajamar, donde suelen mostrar sus plumeros bajo las rocas. La baila, una de las especies que muestra su predilección por este cebo, aún más si hemos decidido calar nuestras cañas en una zona de desembocadura. Se trata de un gusano de cuerpo plano adornado de tonos marrones y verdosos, que alcanza una longitud media de alrededor de 12 centímetros. La sección de la cabeza --provista de 2 bigotillos-- es mucha mas dura y está y está flanqueada por dos hileras de pequeños flecos, que le confieren su aspecto característico. La zona de la cola, mucho mas frágil, se desgaja con facilidad del resto de ahí que con frecuencia se venda aparte a menor precio, bajo la denominación coloquial de ‘rabitos’.
De pesca, en el espigón del pueblo marinero de Puerto Sherry.
La albiñoca es un cebo delicado, que debe ser manipulado con muchísimas atenciones, característica que dificulta su comercialización a gran escala, como la que se lleva a cabo con otros anélidos más populares, caso del norte, la rosca o el americano. De hecho, en varias zonas de nuestro país sigue siendo una carnada de recolección y distribución completamente artesanal que convive en las tiendas con los cebos de cultivo. El periodo de mayor abundancia de albiñocas en las costas peninsulares suele coincidir por lo general, con los meses de mayo y junio, siempre en días de mareas grandes que son las que dejan al descubierto las zonas más ricas en estas gusanas de tubo. (Texto: Pesca Cádiz).
A los que conocemos a Alberto Boutelier no nos sorprende esta rara habilidad, tan suya, de descubrir historias edificantes de supervivencia y coraje; personajes reales que "se buscan la vida" en humildes "profesiones" que exigen paciencia y tiento. El estilo poético y entrañable que utiliza para describir gentileza de trato, animosidad y paciencia durante las largas horas a pleno sol o bajo el aguacero, luchando contra la soledad y la incomprensión; a pesar de todo, hace que sintamos "envidia sana" del rayo de esperanza que siempre se lee en la mirada y el ánimo de estas personas. Enhorabuena una vez más, Alberto.