(Continuación). Descubriremos ahora nuevas facetas de Críspulo Martínez: empresario taurino y promotor constructor nada menos que del desaparecido Teatro Principal. Para enterarnos de su participación en esta última actividad, en la que podremos ver nuevamente su talante oportunista, sin que con ello queramos adjetivar peyorativamente su comportamiento, mas bien todo lo contrario, y también su capacidad organizativa, recurrimos a un texto de José Ignacio Buhigas, actual Archivero Municipal, quien, con su contrastada maestría narrativa, nos ilustra al respecto:
El Teatro Principal, a principios del siglo XX. (Foto Centro Municipal de Patrimonio Histórico).
EL TEATRO PRINCIPAL.
“En 1842 la Junta de Beneficencia de esta ciudad elaboró un proyecto para construir un teatro por acciones en el local que poseía, calle Luna, esquina a la de San Bartolomé conocido por el nombre de Trabajadero de la Compañía, agregándole el antiguo reñidero de gallos que se halla a su espalda.
El objetivo de este teatro era el de sufragar las necesidades de un asilo piadoso y alentaba la Junta de Beneficencia a los vecinos a que consideraran que no deben mirar con indiferencia que les aventajen los de las ciudades inmediatas en celo y amor por su país, edificando los de Jerez una costosa plaza de toros que ha arruinado la de esta Ciudad; y los de Sanlúcar un teatro cual nunca tuvieron y señalaba que el teatro será un monumento de gloria que trasladará las generaciones futuras su generosidad y su civismo.
El capital se conseguiría a través de 80 acciones de 2.000 reales y otras 20 más que representaría la Beneficencia. Sin embargo, un año más tarde la única esperanza de que se llevara a efecto el teatro era una proposición de data a censo hecha por don Críspulo Martínez, ya que la Diputación había prohibido invertir cantidad alguna del fondo de Beneficencia en la obra, ni puede distraerse para pago de premios de los accionistas ni algún otro objeto y las circunstancias de que el comercio de extracción de vinos estaba en el mayor abatimiento por un tratado con Gran Bretaña aconsejaban dejarlo para una época más prospera.
El Teatro Principal, poco antes de su desaparición, pasto de las llamas. (Foto Colección Carlos Pumar Algaba).
La esperanza se cumplió: don Críspulo Martínez tomó a censo el solar y en mayo de 1845 estaba a punto de concluirse la construcción del teatro. El 18 de junio de 1845 la Academia Nacional gaditana de las Nobles Artes elaboró un informe del reconocimiento del edificio en el que resaltaba por su importancia y novedad una serie de detalles de la construcción, sobre todo de los palcos, el cielo raso y la cubierta; señalaba que las maderas eran de pino Flandes, que el ornato era bello y elegante y dispuesto con tanta ligereza y buen gusto que nada deja que desear y que su cabida era de 1.200 personas sentadas y 300 de pie, para concluir: en suma, este bello teatro, por su acertada y bien entendida construcción, su decoración y cabida, es digno de figurar en una capital.»
Octavilla publicitaria de una función en el Teatro Prinicipal en 1883. (Colección de Tomás Ramírez).
PROBLEMAS CON LOS TOROS.
Los amigos de la fiesta nacional por excelencia, esos aficionados de El Puerto, ciudad de tan gran tradición taurina, sufrieron numerosos contratiempos, incontables penalidades en esta mitad del siglo XIX debido a las dificultades que se fueron sucediendo un año tras otro para gozar y disfrutar de espectáculos taurinos, cuya escasez era notoria, privando cada primavera y verano a un nutrido grupo de fervorosos admiradores del arte de torear de tan popular diversión. Los empresarios brillaban por su ausencia. Había demasiadas formalidades que cumplimentar, excesivas cargas y escasa colaboración de las autoridades a las que solo parecía importarle acceder gratuitamente a los espectáculos. Añádanle a lo dicho unas instalaciones deficientes y caras de mantener de un año para otro y el resultado es fácil: ausencia de beneficios y, por tanto, pocos espectáculos.
“Descanso en la Plaza de Toros”. Obra de José María Uría, año 1870. Palacio de Meres. (Asturias).
Esa inquietud y malestar generalizado entre los aficionados locales animaron a un grupo, digamos pudiente, a tomar la iniciativa y poner en marcha los mecanismos necesario, utilizando todos los recursos e influencias a su alcance para construir una plaza que sustituyese al arruinado coso existente, inservible para organizar espectáculos en sus instalaciones. Martinez Alfonso lo cita así en su gran obra “Plaza Real”: “Corría el año 1843. A iniciativas del Alcalde, D. Juan José Gay se va a crear una empresa anónima con el fin de construir una nueva Plaza de Toros y restaurar así el antiguo brillo y tradición de la fiesta portuense.” La sociedad, cuya primera Junta Directiva la compusieron Jose Maria Albareda, Carlos Carrera, Nicolas F. Galarza y Francisco Miranda se autodenominó “Asociación Propietaria de la Plaza de Toros”. Adquirieron las defectuosas instalaciones existentes en 90.000 reales, abonando tan solo 30.000, aplazando el pago del resto a 8 años, hipotecando la nueva plaza en garantía del pago. Consiguieron que el municipio les cediera la propiedad del terreno que ocupaba la plaza, el corralón de los encierros y la manga –camino o vereda ancha empalizada por el que introducían el ganado que venía conducido en manada desde el campo por los jinetes- instalaciones que totalizaban casi once mil varas cuadradas de superficie, dándole la propiedad a censo reservativo o data a censo y durante toda una década pudieron dar satisfacción a sus socios y a los aficionados en general en el terreno artístico pero, sin embargo, en el económico “los éxitos no fueron tan sensacionales como en su optimismo y decisión esperaban sus directivos.”
Toros en El Puerto en 1871. 25 y 26 de julio. Toreros: José Ponce, Rafael Molina Lagartijo y Manuel Fuentes Bocanegra. (Archivo Osborne).
DON CRÍSPULO, EMPRESARIO TAURINO.
En esta nueva coyuntura negativa aparece como salvador nuestro don Críspulo, al que recurren, conocedor de sus habilidades en estos pantanosos terrenos, los miembros de la junta liquidadora de la ya extinguida asociación de propietarios para intentar salvar la temporada de 1854. Inicialmente firma, con fecha 17 de marzo, un contrato de arrendamiento de la plaza. El arrendamiento lo hace realmente a petición de José Luis Gay, y conjuntamente con este, digamos que el autentico aficionado, interesado en que continuase existiendo espectáculos tras el fracaso de la sociedad antes mencionada, bautizándose ambos arrendadores como “Empresa Popular” Pero debieron surgir serios problemas de carácter legal, amenazando los antiguos propietarios del coso, a los que se les debía gran parte del importe aplazado, con impedir la celebración de cualquier corrida si no liquidaban la deuda, ejecutando la hipoteca existente. Ante esta tesitura, el Sr. Martínez Segura, pocos días después del compromiso antes citado, decide comprar la Plaza de Toros y sus instalaciones anexas, haciéndose cargo del pasivo existente, abonando asimismo el diez por ciento de las acciones que se le presentasen y rescata los terrenos, abonando la pequeña cantidad en que se había fijado su precio.
Todo lo expuesto le supuso una inversión aproximada de 105.000 reales. Cuatro meses después recuperó la mitad, vendiendo el 50% de la revalorada propiedad –reparado el anfiteatro, libre de cargas y con más de 10.000 varas cuadradas de terreno de plena propiedad- a los hermanos Ramona, Nicolás y Valentín Galarza, quienes explotan empresarialmente la misma como “Galarza Hnos.” y, debiendo marcharles bien los negocios, deciden comprar nuevamente el 50% restante, en esta ocasión pagando la cifra de 70.000 reales, eso sí, en cómodos plazos mediante pagarés a la orden de don Críspulo quien, asimismo, se asegura uno de los mejores palcos para poder presenciar con su familia, gratuitamente, todos los espectáculos mientras existan cantidades pendientes de pago. (Ilustración: 'Suerte de varas'. (1824). The J. Paul Getty Museum – Malibú, Los Ángeles).
LOS TOROS A MEDIADOS DEL XIX.
En estas transacciones apenas encontramos dos o tres mil duros de beneficio. Estamos convencidos que la satisfacción de haber complacido a varios buenos amigos que confiaron en él para sacar del bache o del socavón en que se encontraban los espectáculos taurinos suplían y hasta superaba mejores ganancias pecuniarias. Esos buenos aficionados, clásicos y puristas, ajenos a los espectáculos circenses que se estaban prodigando y poniendo de moda en la época: señoritas toreras, peleas con fieras y las llamadas mojigangas, similares al las denominadas “charlotadas” de nuestra época, llenaban el ruedo con su presencia hasta que eran desalojado por los alguaciles a caballo, vociferaban emocionados en la espectacular suerte de varas, gritaban pidiendo banderillas de fuego si el toro no embestía y prorrumpían en frenéticos aplausos cuando caía abatido de una certera estocada. Ellos, los Galarza, Carrera, Aramburu, Albareda, Gay… supieron elegir al hombre adecuado. (Ilustración: 'Diversión de España' (1824-27). Biblioteca Nacional. Grabado de Goya).
Entramos ya en la parte final de este extenso apartado dedicado a Críspulo Martinez... Y el final no es otro que la muerte. La suya ocurrió el 17 de febrero de 1873. En los últimos años era su hijo Juan Antonio el que llevaba la batuta y será este el que en su calidad de albacea se ocupe del reparto de bienes y asuma las delicadas decisiones que hubieron de tomarse, en función de la situación financiera de la familia en el momento de la desaparición del patriarca. (Ver en Comentarios, o pulsando aquí, las disposiciones testamentarias, arreglos y filigranas que hubieron de hacer sus albaceas).
Al final de sus días, superados los 70 años, no sabemos para que proyectos o causas, pero seguramente para adquirir bienes desamortizados que titularía a nombre de otros, se “entrampó” como hemos visto, falleciendo con números rojos… aparentemente. No doy crédito a lo que reflejan los documentos y he trasladado fielmente aquí. Sin duda, el dinero estaría muy bien invertido y las propiedades en manos de sus herederos. Sería su última y pícara jugada, probablemente, pues Don Críspulo es acreedor del dicho “Genio y figura… hasta la sepultura”.
El Teatro Principal caería, pasto de las llamas, hace 25 años, en marzo de 1984. (Foto Colección Carlos Pumar Algaba).
Los bomberos, actuando ante lo irreversible. (Foto Pedro Lara. Colección Manolo Morillo).
Los bomberos, actuando desde La Placilla. (Foto: Pedro Lara. Colección Manolo Morillo).
El Teatro, después del incencio, preparado para el derribo y la especulación. Al final, no se consiguió que aquel espacio quedara para equipamiento público y se recalificó el suelo para viviendas. Los propietarios del suelo obtendrían pingües beneficios y la Ciudad se quedó, durante 24 años sin un espacio escénico. (Foto Colección Carlos Pumar Algaba).
Los descendientes de D. Críspulo Martínez entroncaron con conocidos y prestigiosos apellidos de la sociedad portuense: Julia, con Carrera; Elena, con Barreda y los de Juan Antonio, que casó con María Teresa Colom y Víctor y procrearon ocho hijos, con los Galarza, Álvarez Campana, García Valdeavellano, Govantes y Pico.
(Textos: Antonio Gutiérrez Ruiz.)
Del trabajo inédito: PERSONAJES PORTUENSES DEL SIGLO XIX.
Antonio no consigo enterarme de quien era el teatro? Cuando yo era pequeña años, 50/60 los palcos eran.propiedad privada, al menos de uso, el suelo sería municipal,.la explotación era de la misma.persona q.otros cines.de El Puerto?
Un descamisado no tiene capacidad económica para corronperse. Cuando por medio del poder, cuando alcanza el poder, ese descamisado empieza a comprar camisas de las buenas, como las de Chiquito de la Calzada un pone, y empieza a gustarle lo que le gustan a los rico, dime tu a mi si el descamisado no se corronpe, o no se ha corronpido. Ejemplo en el Puerto, con los dedos de las dos mano, presunta mente: plaza de toro, palacio de justicia, incendios febriles, etc. etc.
Querido Lector Empedernido, la capacidad de corrupción, de especulación y latrocinio solo está en los poderosos, nunca en la historia un descamisado ha corrompido a nadie y no es por nada es porque no tiene capacidad económica para hacerlo.
De todos los casos de corrupción en España solo el 0,1% han ido a la carcel, el resto campea a sus anchas por la calle. Se buscan los mejores defensores sin escrupulos y no les pasa nada, en cambio a otros con un minimo de delito son condenados.
Y claro, ¿quien guarda al guardian?
Esta ventana abierta que, esta abriendo muchas conciencias y ganas de saber lo que ocurrió y está ocurriendo, da pie aunque con eufemismo a denunciar los abusos que se cometieron y se cometen.
Algunos cometieron sus delitos y hoy son grandes defensores del medio, otros añoran unos espacios y pavimentos porque creen que la vida empezó cuando nacieron y se acaba cuando mueren.
El Teatro Principal desapareció más por ambición que por las llamas.
Como que nadie fue a la cárcel? , por permitir tantos y tantos expolios en nuestro Puerto, o es que no recordamos, la trasera de la ruinosa Casa de las Cadenas (veremos como queda la cosa), el palacio de Purullena, nuestra coqueta estacion de ferrocarril y tantos vestigios de nuestra historia que poco a poco y tras el devenir de los años han ido desapareciendo.
La verdad es que quiero entender que el Gobierno Municipal de la época pusiera toda la carne en el asador –nunca mejor empleada la expresión- solicitando una investigación pormenorizada sobre la salvajada de lo acontecido, hace 25 años, en marzo de 1984, donde los portuenses nos quedáramos sin un espacio escénico durante 24 años.
Sin embargo, he releído esta interesantísima parte de la nótula dedicada a don Críspulo Martínez, la dedicada al Teatro Principal y en este contexto en lo referido al incendio me siento contrariado porque con independencia de las pesquisas policiales jamás ese espacio debió ser recalificado el suelo para viviendas, debiendo haber optado nuestros munícipes de aquel entonces en zona para equipamiento público.
En este sentido, adquiere este capitulo nueva argumentación pues cabe la posibilidad de que una actuación ejemplar por parte del Gobierno Municipal en aquel preciso momento, hubiera evitado posteriormente, a lo largo y ancho de estos últimos 24 años, muchísimas de las barbaridades que se han perpetrado en nuestro pueblo con la especulación del suelo. Por tanto “craso error”…
La pregunta que efectúa “Crispulato”, en mi opinión, viene como anillo al dedo. Sin embargo, por lo que he podido averiguar, lamentablemente nadie fue a la cárcel…
¿Nadie fue a la cárcel por tan tremendo robo al Puerto?
MUY BIEN DOCUMENTADO Y, TAMBIÉN, COMO ERA DE ESPERAR ESPLÉNDIDAMENTE ESCRITO. MI MÁS CALUROSA ENHORABUENA AL AUTOR.
Crispulo Martínez Segura realizó diversos testamentos, el último y válido los firmó el 5-5-1872 en la notaría de Esteban Paullada. En el mismo declara haber entregado a cada una de sus dos hijas, Julia y Elena, cien mil reales a cuenta de sus respectivas legítimas, la primera en 1870 y la segunda en 1869. Los herederos, aparte estas dos citadas eran sus hermanos Guillermo, residente en Cuba y Juan Antonio, que tenía poderes para representarlo. Se realizó la valoración de sus bienes. Fueron tasados en 346.689 reales. A dicha cantidad había que restarle las bajas que la componían diversas partidas: 2 cuotas anuales, correspondientes a los años 1875 y 1876, últimos plazos de pago de la compra de la Casa Aduana, saldos a favor de la Lasaletta y Cia., de Manuel Rodríguez, marido de Elena y de Guillermo y Juan Antonio que figuraban en las cuentas del finado importantes en total 167.691 reales .Los gastos de entierro, funeral, lápida, mandas pías y sufragios no se incluyeron en los gastos, siendo pagados por su albacea con los productos de la administración de los bienes de la herencia y, hechas estas deducciones, sumarle los 200.000 reales anticipados a las hijas, fijándose finalmente el caudal hereditario en 379.298 reales. El problema residía en un crédito hipotecario por 433.668 reales de capital, escriturado en la primavera de 1871 en la notaría gaditana de don Bartolomé Rivera, a favor de Demetrio López, de Cádiz, siendo la titular del crédito en esa fecha la viuda del mencionado, doña Ladislaá Ardazabal Con los intereses, la suma se aproximaba al medio millón de reales. Para poder realizar el reparto de bienes debió solucionarse antes este “pegote”. Veamos como se hizo.
A grandes deudas, buenos convenios, podríamos decir remedando el dicho popular. Careciendo de efectivo para solventar esta situación José Antonio Martínez en nombre de los restantes beneficiarios de la testamentaría trató de negociar un arreglo amistoso y extrajudicial “que sin perjuicio de los acreedores evitara la venta de las fincas gravadas por estimarse esta operación ruinosa por la falta actual de compradores y la depreciación de valores consiguiente” Tras varias propuestas y contraofertas convinieron dar en parte de pago del importe adeudado a doña Ladislaá la casa llamada “de la Torre” en calle Nevería 7, apreciándola en la cantidad de 304.590 reales y por el saldo restante las tres naves de bodega que fueron labradas por don Críspulo anexas a la Casa Aduana.
El convenio se firmó en Cádiz el 25-5-1874, separando dichos bienes del total a repartir, quedando totalmente cancelado el crédito hipotecario. Intervino el abogado Francisco Nicolau en calidad de apoderado de la Excma. Sra. marquesa de Perales, realizándose el traslado del censo existente a favor de esta última a las bodegas cedidas, quedando liberado del mismo el trozo de solar existente entre las naves y la casa de Enrique Carrera que formaba parte del caudal de la testamentaría. Una filigrana que añadir a la sólida obra de forja realizada por Juan Antonio al cerrar este convenio, demostrando tener cualidades heredadas de su antecesor, amén de sus genes.
Antonio Gutiérrez Ruiz.
Del trabajo inédito: PERSONAJES PORTUENSES DEL SIGLO XIX.